Una vez, hace muchos años, Genet Gebre puso por escrito cómo se sentía. Laboriosamente fue trazando palabra por palabra. Le costaba mucho escribir. No tenía práctica. Habló de las lágrimas que caen sobre la tierra seca y que nadie ve; del anhelo de un amor y un hogar; de las margaritas amarillas del Meskel que florecen de noche en Tigray, su región natal, iluminando las colinas; de cómo le gustaría cambiar el aroma de estas por el olor de la orina que cree que le mana de todos sus poros. Perder los brazos o las piernas, escribía, no puede ser tan terrible como la cruz que Dios le ha mandado.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País
[fa type=»camera”] Autor de la imagen: Annie Spratt | Unsplash