Sin dignidad, sin palabra, sin autonomía… Con miedo, angustia y mucha tristeza. «¿Para qué vivir así?», se preguntaba Francisca (de 81 años) cada día. Las 24 horas de la jornada del lunes transcurrían exactamente igual que las del domingo. Las semanas empezaban y acababan con las mismas agresiones verbales, amenazas, insultos, gestos violentos… El tiempo pasa y la libertad que Francisca (nombre ficticio) conocía es la que observaba a través de la ventana que estaba junto a la silla donde ‘vivía’. Ni su corazón ni sus pulmones funcionan bien y además, su exceso de peso la mantiene sin apenas movilidad. Pero estas limitaciones físicas no son las más dolorosas para ella, sino las vejaciones continuas de quien en su momento se ofreció a cuidarla, su hija. Ahora, gracias a la ayuda de varios familiares, se encuentra ingresada en una residencia para la tercera edad.
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