Para mí, una de las imágenes de lujo y vidorra siempre ha sido el vagón restaurante de un tren de época. Pero ahora que viajamos en AVE con la niña de dos años, el tren nunca volverá a ser un espacio de paz y lectura.
Al elegir los billetes, mi cabeza de primerizo calcula las necesidades horarias de adultos y pequeña, la posible siesta de la niña y el odio de los viajeros que desearán mi asesinato en el Ave Express. Y no hay resultados poco estresantes.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País