La paradoja es la siguiente. Los padres entregan un teléfono a niños de corta edad para estar comunicados en sus primeros pasos de autonomía, en el trayecto del cole a casa, para librarlos de los peligros de la calle. La casa es el refugio y la calle el lugar de la incertidumbre y el riesgo. En el hogar están “salvados”, consideran. Pero el smartphone conecta a los chavales con otra inmensidad no menos peligrosa, la virtual. Y allí, en el mullido sofá del sala de estar, se quedan solos, flotando en el océano digital.
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[fa type=»file-text»] Fuente: La Vanguardia