Vengo aquí a constatar un fracaso personal: mis dos hijos mayores (14 y 11 años, para más señas y rigor estadístico) no leen. Al menos no por su propia voluntad. La lectura no entra ni por asomo en sus opciones de ocio. Si disponen de un rato libre tienen las mismas probabilidades de agarrar un libro que de ponerse a ordenar su armario o de rezar un rosario. O sea, ninguna.No son bichos raros, sino que van en la línea de los hábitos de estos muchachos digitales que estamos criando. Es un tema recurrente del que nos quejamos las madres, ‘mi hijo no lee’, como quien dice que su hijo no come verduras y está preocupada porque le faltan vitaminas y está malnutrido.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El Mundo
[fa type=»camera”] Autor de la imagen: anthony kelly | Flickr