Si preguntamos a alguien si le parecería delito coger de los pelos a una persona, abofetearla, vejarla y humillarla, estoy segura de que la mayoría diría que sí. Se asume que la violencia hacia los otros debe ser penalizada como delito y que no se puede permitir ni tolerar. Si un hombre le hiciera esto a una mujer o una mujer a un hombre, pocos dudan ya de que se debe denunciar y que se trata de maltrato puro y duro. Entonces, si somos capaces de verlo con esa claridad meridiana en el caso de que el “otro” sea un adulto, hombre o mujer, ¿cómo es posible que seamos tan ciegos de no querer verlo cuando el agredido es un niño?
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País
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