NO SÉ en qué momento ha ocurrido, pero el niño al que contaba cuentos y cambié pañales en su día me manda ahora enlaces de canciones de reguetón y me da negativas por whatsapp con un «nah». A veces le escribo y lo pillo charlando con su «mejo» o «meja» -mejores amigos- o me pide que medie con su madre para que deje de arrancarle los pelos del bigote con cera. «No te preocupes, yo te compraré una cuchilla», le digo. Debo hacerlo. Quiera su madre o no. Pobre. Lo último que he visto es alguno de los vídeos que sube a Musical.ly, una red social que funciona como una suerte de karaoke en la que los chavales gesticulan y coreografían canciones tremebundas.
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