En un colegio en el barrio ceutí de El Príncipe, con vistas a la frontera de los porteadores del espinazo doblado, hay centenares de manos pequeñas aplaudiendo. Los pasillos están llenos de miradas cómplices, de agradecimiento, de despedida. Miradas de niños que han vivido cosas que un crío jamás debería de vivir. Que demuestran la veracidad de aquella frase de Nelson Mandela sobre la educación, que esta vez sí ha sido un arma poderosa para cambiar el mundo. Su desigual mundo. Y quizás su futuro. Porque gracias al ‘profe’ de lengua y de vida es posible.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El Mundo