Conocerme es quererme, dice el dicho popular. Y no le falta razón. El roce, el contacto cercano y sí, también las relaciones sexuales, activan un circuito clave entre las áreas de recompensa del cerebro que refuerza los lazos afectivos de la pareja. Al menos, esto es lo que los científicos han descubierto que ocurre en los ratones de la pradera o campañoles, conocidos por su ejemplar monogamia, ya que forman enlaces «amorosos» para toda la vida. El estudio, publicado en la revista Nature, no solo explica los entresijos del amor romántico y duradero, sino que podría ayudar a mejorar las habilidades sociales de personas con trastornos que alteran sus relaciones con los demás, como el autismo.
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[fa type=»file-text»] Fuente: ABC
[fa type=»camera”] Fuente de la imagen: Emory University [fa type=»external-link»]