Tengo dos hijos, Julia y Jaime. Aunque probablemente sería más correcto decir que ellos me tienen a mí, por entero. Julia tiene ocho años y es perfectamente imperfecta. Jaime tiene diez años y es de oro hilado, con autismo, sin palabras y con risa de cristal.
Supimos que Jaime tenía autismo cuando tenía en torno a dos años y medio. Nos recuerdo perfectamente, a mi marido y a mí, sentados uno junto al otro frente a las dos psicólogas que pusieron nombre a ese «algo le pasa a Jaime» que veíamos y negábamos desde hacía cerca de un año. Julia apenas tenía un mes y estaba a mi pecho mientras recibíamos una noticia que luego nos tocaría transmitir al resto de la familia.
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[fa type=»file-text»] Fuente: Verne