Si algo caracteriza a la maternidad es la ingente cantidad de emociones que desencadena. Algunas viejas conocidas, otras sorprendentemente nuevas y todas ellas en un caótico remolino cotidiano que a veces agota y otras, te hace sentir el ser más vivo del planeta. Sin embargo, en este universo emocional intenso y confuso, hay una que sobresale pegajosa y constante sobre las demás: la culpa. Y no porque sea la protagonista sino por su capacidad limitante y dolorosa que empaña el resto.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País