Durante meses, Cristina, de 40 años, se sometió a numerosas pruebas médicas. Recibió tratamientos hormonales, le hicieron una punción ovárica. Tomaba pastillas que le provocaban, cuenta, migrañas, vómitos, descontrol emocional. Lloraba cuando le decían que esta vez tampoco, que no estaba embarazada. De la mujer que en enero dio a luz a sus mellizos conoce estos datos: el nombre, la edad y la nacionalidad (albanesa). Que está casada y con dos hijos. “Hay que tener valor para hacerlo por otra persona. Yo no sé hasta dónde les llega la compensación a estas mujeres…buena voluntad deben tener, ponen su cuerpo en riesgo”, dice Cristina. Solo la ha visto dos veces. Eligió tener un contacto limitado. Se cruzó un día con ella en un juzgado de Tesalónica, en Grecia, en febrero pasado, en la vista judicial que establece la ley de ese país para iniciar un proceso de gestación subrogada, y después en el hospital, cuando nacieron los bebés. Ella renunció a todos los derechos sobre los niños que llevaba dentro. Los padres son Cristina y su marido, David.
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