Unos pocos días después de que Rosa (35 años) explicase a su hija (10 años) que se tenía que someter a un largo tratamiento en el que se le iba caer el pelo por culpa de un bultito que tenía en el pecho, se la encontró llorando en su habitación: «Mamá te vas a morir, porque si se te va a caer el pelo es porque tienes cáncer».
En ese instante, comprendió Rosa que a los niños no había que ocultarles nada porque era mucho peor. Fue entonces cuando se atrevió a hablar de todo, una frente a la otra, en casa, a solas las dos, madre e hija. Ahí le explicó todo cuanto tenía que saber del cáncer de mama que tenía y del tratamiento exacto al cual se iba a someter. «Mamá tiene cáncer pero no se va a morir», le dijo a la pequeña. Se lo contó todo, con claridad y con palabras que ella pudiera entender para que no hiciera cábalas falsas ni tuviera informaciones erróneas de lo que era el cáncer. Para que estuviera informada por ella, por su propia madre y no por otros.
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