A primera vista, la vida familiar actual es igual que en el pasado: hemos conservado la forma de los rituales. Hay cenas, viajes escolares, reuniones familiares.
Pero si la observamos más atentamente, veremos una vida familiar al cuadrado. Compartimos mucho más con nuestra familia: vídeos, fotografías, juegos, el mundo entero. Y podemos estar con nuestra familia de maneras distintas; en cierto modo, es posible no separarnos de ella jamás. Aún recuerdo la primera noche que pasé lejos de mi hija, cuando ella tenía un año. Recuerdo que estaba sentada, sola, en la habitación de un hotel en Washington, y que hablaba con ella, que estaba en Massachusetts, por teléfono. Agarraba el auricular del teléfono mientras mi marido, en casa, lo sostenía a la altura de la oreja de la niña, y así yo fingía que mi hija comprendía que era yo la que hablaba desde el otro lado de la línea. Cuando colgamos, me puse a llorar porque en realidad no creía que lo hubiera entendido en absoluto. Ahora, mi hija y yo nos llamaríamos por Skype. O por FaceTime. Si estuviéramos separadas, podría verla jugar durante horas.
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