El foco de la familia en la crisis

El entramado sociopolítico esperaría que la familia tuviera en estos momentos una similar capacidad de absorción de los problemas financieros y laborales que ha demostrado en otros contextos de dificultad económica que ha sufrido nuestro país. La familia fue capaz de actuar como un colchón gracias a la red de apoyo interdoméstico de la familia extensa y a la solidaridad intergeneracional. Las redes familiares emergen con fuerza para apoyar en aquellos hogares en los que existen déficits compartiendo recursos a través de las ayudas para alimentación y gasto corriente, prestando soporte personal en aquellas situaciones de dependencia en las que no se puede continuar pagando el salario de personal de asistencia, tomando a cargo la crianza allí donde la crisis más estresa la convivencia familiar, asumiendo parte del gasto en los niños o incluso asumiendo el reagrupamiento doméstico cuando no se puede sostener la vivienda.

Las economías familiares que continúan teniendo flujos salariales, pensiones u otras fuentes de renta, junto con aquellas que han asegurado un patrimonio fijo durante los años de crecimiento económico, se encuentran en condiciones de ayudar a sus familiares directos y a sus parientes si es suficiente la unión entre ellos y el estado de los vínculos lo permite. Aquellas familias no suficientemente unidas o que han distanciado o deteriorado sus vínculos se ven ante la necesidad de mejorarlos o carecen de un estado de vida familiar capaz de prestarles atención ahora que lo necesitan. El flujo de reservas de la familia se compone de ayuda personal directa que aporta mano de obra para ayudar en la dependencia y la crianza (por ejemplo, se deja la escuela infantil de pago para que el hijo sea atendido por las abuelas); bienes y servicios compartidos principalmente en aquellas necesidades básicas para el sostenimiento del hogar como alimentación y préstamos de bienes; asunción derivada de deudas para evitar el embargo; derivación de gastos como son los característicos de la infancia o juventud (gastos de ocio, regalos, gastos escolares, formativos o universitarios, etc.); e inyección de liquidez a través de préstamos privados o donaciones.

En la anterior crisis económica, la de los primeros años noventa, la familia desempeñó un papel fundamental para amortiguar los efectos sociales de una tasa de paro que superó el 24%. En la crisis actual la tasa de cobertura de desempleo ha sido bastante alta (por encima del 70%), pero la prolongación de las dificultades económicas hace que de nuevo la familia aparezca como refugio. Sin embargo, su capacidad de respuesta no es equiparable a la de hace veinte años. Un vistazo a los datos de la EPA sobre la situación de las personas desempleadas en relación con su parentesco con la personas de referencia en la unidad de convivencia nos da algunas claves.
Evolución de los desempleados por relación de parentesco con el cabeza de familia y sexo. En porcentaje. 1993-2010

1993 2010
Total Hombres Mujeres Total Hombres Mujeres
Persona de referencia 23,99 39,97 6,41 37,19 41,78 31,76
Cónyuge o pareja 20,33 0,98 41,61 25,92 15,46 38,30
Hijo/a 50,91 53,51 48,05 30,24 34,72 24,93
Otro pariente 4,28 5,05 3,42 5,09 5,79 4,26
Persona no emparentada 0,49 0,48 0,51 1,56 2,26 0,75
Total 100 100 100 100 100 100

Nota: Datos referidos a los cuartos trimestres.
Fuente: Elaboración Fundación Encuentro a partir de INEEncuesta de Población Activa, varios números.

En 1993 más de la mitad de todas las personas desempleadas eran hijos de la persona de referencia, mientras que en 2010 los hijos apenas son un tercio de los desempleados. La situación se ha invertido, y ahora el grupo más numeroso es el de las personas en paro que son la referencia en la unidad de convivencia. Aunque entre las mujeres no es así, el aumento de las que son referencia en la unidad de convivencia es espectacular respeto a 1993, lo que constituye un indicador claro de los profundos cambios que en este período han afectado a la mujer y, por ende, a la familia.

Los que se quedaron en paro mayoritariamente a comienzos de los noventa eran jóvenes que vivían en casa de sus padres y que en muchos casos nunca habían trabajado. Los que sufren en mayor medida el desempleo hoy son jóvenes emancipados, con hijos y con casas en propiedad hipotecadas. En 1993 muchos padres, tras largos años de trabajo y ahorro, disponían de unos recursos acumulados que les permitieron hacer frente a la situación de sus hijos sin que el nivel de vida familiar se viera sustancialmente afectado. Hoy no pocos de los padres en edad madura han ayudado a sus hijos en la compra de sus viviendas y ven con preocupación la evolución de las pensiones, el desarrollo de la ley de dependencia y el elevado coste de las plazas en las residencias no subvencionadas. La incertidumbre se ha instalado no sólo respecto a la situación económica de sus hijos, sino también a la suya propia. La familia española afronta así un reto de notable envergadura en los próximos años.

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