Privados de piel
Abrazar sin tocar, acariciar sin rozar
El virus y el aislamiento nos han privado de muchas cosas, una de las más primarias el contacto, la piel, los abrazos.
Las personas necesitamos tocar y ser tocados para comunicar afecto, para dar y recibir consuelo, esto es una necesidad biológica y primaria, ha tenido que ser la ciencia la que nos lo ha demostrado a través de numerosos estudios, y confirmar nuestra intuición más básica. Semanas donde nuestro mundo relacional se ha alterado, el contacto se ha vuelto peligroso, respirar el mismo aire, tocar las mismas cosas, abrazarse… Privados del cuerpo a cuerpo, de las relaciones más íntimas.
La tecnología ha podido llegar donde no hemos podido hacerlo físicamente, ha sostenido nuestros vínculos, nuestros lazos, incluso hemos podido profundizar a través de las palabras, las miradas virtuales, las revelaciones importantes para sentirnos cerca, acariciados de afectos y abrazos, de quereres profundos.
Me sonrío imaginando palabras afectivas y amorosas viajando por la nube, las videollamadas con la familia, audios con amigas, mails y revelaciones…, conectando países, provincias, ciudades y haber podido expresar tanto que teníamos dentro.
¿Qué hemos aprendido en este tiempo?
La amenaza y la desconfianza han gobernado nuestras vidas, ahora es un tiempo nuevo…
Pertenecemos a una cultura mediterránea que expresa la afectividad corporal de manera natural; todos anhelamos volver a ese mundo que dejamos que ya no está. El mundo del contacto natural, de la espontaneidad, del tocar y rozar sin apenas darnos cuenta de ello…
Este tiempo nos ha podido enseñar a apreciar, valorar, y mirar nuestras relaciones cercanas con más profundidad. Apreciar la belleza de un encuentro, una mirada profunda, unas manos entrelazadas, un abrazo, un beso… El cara a cara se torna un bien preciado, aunque quizás tapiados con máscaras, privados de expresión, tenemos la oportunidad de quitárnoslas, de mostrarnos tal y como somos, reales, desnudos de verdad.
Algunas personas han vivido el lado más crudo de esta realidad, no poder acompañar, tocar, abrazar a familiares a pie de cama, en su último aliento con la vida.
Ese momento de tránsito ha estado privado de caricias, miradas sostenidas y profundas, donde acompañar cuando los ojos se van apagando para emprender el viaje. Esos momentos cruciales para facilitar lugares de reconciliación con uno mismo, con sus allegados y con la propia vida a través de la mirada, el silencio o la palabra.
En muchas ocasiones, han sido los sanitarios quien han podido hacerlo y reparar las dos partes.
Y quizá nos queda, abrazar con el alma, porque llega donde mis brazos no pueden…
«Te colmo de besos cada mañana
De abrazos interminables
Te tapo y consuelo cada noche
Todo lo que te doy, está en mi piel
Colmada, cubierta, llena del amor que te tengo y que te doy
Y con paz y serenidad tomo la vida»
Cristina Peñalba de las Heras