Cuidado emocional y psicopedagógico

En busca del equilibrio perdido

Un café derramado sobre el mantel

La llegada a nuestras vidas de este virus ha cambiado nuestras tareas y hábitos más instaurados, obligándonos a un proceso de adaptación nuevo. Las exigencias y retos se mantienen, pero desde unas condiciones muy diferentes, descolocando nuestra rutina diaria, aquella que no sin esfuerzo funcionaba, ya que tenía su propia configuración y estructura.

En muchas ocasiones los espacios diferenciados, nos ayudaban a ordenarnos; ir a la universidad, un café con los compañeros, volver a casa con los nuestros, tiempo con los amigos, reuniones familiares, salidas de ocio, viajes… y ahora, de un plumazo, todo esto ha quedado confinado, dentro de casa… ¿Cómo se hace para tener una rutina, diferenciar los espacios y cubrir las necesidades más básicas que tenemos?

Muchas horas de trabajo o de estudio, pero poco productivas, no hay tiempo para atender a los hijos ni sus tareas escolares, muchas exigencias académicas, los exámenes a la vuelta de la esquina… nos acompaña la sensación de insatisfacción y de improductividad.

A esto se le añade las nuevas tareas de la casa y mayor carga mental en la organización de todo. Este agotamiento provoca una tendencia a necesitar mayores válvulas de escape, que normalmente buscamos en la desconexión. Nuestro tiempo libre lo solemos emplear en pantallas, tv y redes sociales, porque estamos saturados y congestionados. Nuestro descanso, se ha deteriorado, nos dormimos muy tarde, con esa necesidad de descompresión, acudiendo a buscar ese oxigeno virtual, que más allá de nutrirnos, nos va vaciando…

Al día siguiente con esa resaca de cansancio y embotamiento, comenzamos nuestro día con un café derramado sobre el mantel y las tostadas quemadas, y esta escena me hace tomar conciencia que el equilibrio lentamente se está rompiendo.

Puede que la desmotivación y el cansancio empiecen a reinar nuestras vidas, comenzando con dinámicas de postergación, dejando para luego, más tarde o mejor mañana… hasta que sólo, bajo la presión de “una entrega en fecha” de obligatorio cumplimiento, la podamos, por fin, tachar de la lista.

Junto a esa lista interminable de tareas pendientes, llamadas, reuniones, y una organización que se quiebra y rompe fácilmente, aparece una montaña rusa de pensamientos y sensaciones asociadas.

A veces este momento vital lo pensamos y sentimos con desesperanza y temor, y en otros momentos, como un rayo de sol que entra en nuestra vida como una oportunidad de crecimiento.

El mismo escenario, pero nuestra mirada y pensamientos le han otorgado un significado diferente. Esa batalla interior de pensamientos y sentimientos requieren atención, para que nuestros caballos mentales no se desboquen, dando paso, a una agitación emocional y perturbación. Si no nos cuidamos, un decaimiento de fondo, e incluso la tristeza pueden comenzar a ser compañeros de viaje.

Enfado, irritabilidad, o incluso desbordamiento emocional, puede manifestarse y provocar conflictos y desencuentros, dentro y fuera de casa… empiezan los líos… es difícil conciliar e integrar tanto…

Este hilo de tensiones conscientes o inconscientes en muchos momentos abre la compuerta al cuerpo, expresando este malestar psicoemocional. El semáforo ha cambiado a rojo.

Ansiedad, estrés, tensiones corporales, dolor… Comienzan respuestas psicosomáticas donde el cuerpo habla y se manifiesta, obligándome a parar y prestar atención, ya que, en muchos casos, puede dificultar o incluso impedir las tareas más cotidianas.
Nuestros sueños agitados, incluso con insomnio como compañero nocturno, empieza a ganar la batalla al equilibrio, desgastándonos, agotando lentamente las capacidades cognitivas y el equilibrio emocional.

Vacío, falta de sentido y a veces un dolor existencial puede ir tomando terreno… el espíritu, el alma ha sido tocada, rozada… ahora es tiempo de viajar hacia dentro, de encontrar una comprensión experiencial de lo que somos, de ir a la fuente para encontrar el estado de paz y calma, o bien entrar en batalla….

El cuidado integral profundo en todas las áreas; la mente, el mundo emocional, la afectividad, el cuerpo y el espíritu, van a ser los cimientos para restablecer el equilibrio interior y bienestar, y “ser” en una vida plena.

Cristina Peñalba de las Heras

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