Pascua contigoUNIJES-Red Ignaciana

Segunda y tercera Estación

SEGUNDA ESTACIÓN

Dos mujeres seguidoras de Cristo encuentran su sepulcro vacío
(Jn 20,1-8)

El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro. Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice: —Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salió Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Inclinándose vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Después llegó Simón Pedro, detrás de él y entró en el sepulcro. Observó los lienzos en el suelo y el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos, sino enrollado en lugar aparte.

Crucificado su maestro, enterrado su amigo, resulta fácil comprender el abatimiento y la desilusión de quienes contemplaban en Él al heredero del terrenal trono de David. Mas estas esperanzas quebrantadas pueden ser nuestras siempre que erradamente soñamos con milagrosos reinos que prometen la salvación aquí y ahora por medio del poder y la técnica. Celebremos la perspicacia y la hondura de las Santas Mujeres que se adelantaron incluso a los apóstoles más queridos por Él. En ellas descansaba una esperanza que no se agota. En ellas se produjo el anonadamiento al contemplar un sepulcro vacío, pues ¿quién movió la losa y qué ha ocurrido con Él? En ellas —en su sobrecogedor cuadro sobre el sepulcro vacío—representó el pintor James Tissot ese anticipo más hermoso, pues los ángeles atestiguan la victoria del Hijo de Dios sobre las cadenas de la muerte. Ésa es la primicia, que el Reino prometido no es de este mundo, pero comienza aquí y ahora.

                                                   (Mario Ramos Vera, profesor de Filosofía)

TERCERA ESTACIÓN


Jesús resucitado se aparece a María Magdalena
(Jn 20,14-18)

Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció.  Jesús le dice: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le dice: —Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo. Jesús le dice: —¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: —Rabbuni–que significa maestro–. Le dice Jesús: —Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: —He visto al Señor y me ha dicho esto.

María, la Magdalena, la mujer que fue curada por Jesús de “unos espíritus”. Eso es todo lo que sabemos de ella. Una mujer que para aquel entonces cumplía todos los requisitos para ser apartada de la sociedad. Pues precisamente, esa mujer, es la primera que elije Jesús para aparecerse ya resucitado. María, junto con muchos otros personajes secundarios del evangelio, es una fiel seguidora de Jesús. Como cada día desde la muerte de Jesús acude a la tumba, a rezar, a buscar sentido a lo que acaba de ocurrir días atrás. Sumida en una gran tristeza se encuentra con Jesús resucitado. Cómo sería su tristeza para no darse cuenta de con quién está hablando. Muchas son las preguntas que nos podemos hacer al leer este texto, ¿Seré yo digno de que el Señor se me aparezca? ¿Merezco que el Señor me hable a mí? Pues si, precisamente por ser como “La Magdalena” eres digno de que el Señor se te aparezca, tu imperfección es la condición necesaria para recibir ese regalo. Que el Señor resucitado entre en nuestras vidas, consuele nuestra tristeza y llene de esa alegría cada uno de nuestros corazones.                                     

    (Ignacio Cervera Mira ss.cc., estudiante de Teología)

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