Las numerosas crisis humanitarias acontecidas en los últimos años, la persistencia de condiciones de guerra y la vulneración sistemática de los derechos humanos, han obligado a millones de personas a huir de sus países de origen asumiendo largos viajes en los que, con frecuencia, se ven expuestos a riesgos tan graves como aquellos que intentaban evitar al marcharse (Médicins Sans Frontières, 2016).
Dados los motivos de guerra, persecución y violencia que llevan a las personas a huir de sus países de origen y solicitar asilo, cabría esperar que la situación de refugio en el país de acogida fuera suficiente para garantizar el bienestar de los refugiados. Sin embargo, la investigación reciente muestra cómo las dificultades en el trayecto y la llegada y las demandas para la integración son en ocasiones, tan elevadas, que la salud mental de los solicitantes se ve afectada ostensiblemente. Llegando a registrarse en los últimos años incrementos preocupantes en las tasas de suicidio en población refugiada reasentada (Sundvall, Tidemalm, Titelman, Runeson y Bäärnhielm, 2015). Se observa así la necesidad de diseñar intervenciones para ofrecer apoyo psicológico y paliar las posibles dificultades que encuentren los solicitantes a su llegada, potenciando los recursos y habilidades con los que cuentan para la superación de las problemáticas asociadas al exilio.