Corría el año 2009. Tras más de diez años de dedicación desde la retaguardia del mundo académico a los problemas que enfrentan los inmigrantes cuando llegan a territorio español, de la mano de Pablo Pérez me adentré en las vidas de los niños extranjeros que llegaban solos en busca de una vida (no voy a decir una vida mejor porque es simplemente “una vida”). Me pidió Pablo que redactara el prólogo a un texto que quería servir de apoyo a muchos profesionales del sector, Aproximación a la Protección Internacional de los Menores no Acompañados en España. Con el respeto que inspira entrar en terreno sagrado, comencé abriendo los ojos a la realidad de la que hablarían técnicamente las páginas siguientes:
“Como haciendo una confesión, despacio y en voz baja, Pablo describía la perplejidad y desconcierto inicial y el dolor que siguió al descubrimiento del significado de las palabras que musitaba un muchacho echado en la cama, enajenado, oculta la cara, contraído el cuerpo sobre sí mismo. «¡Déjame! ¡Déjame!» -aclaró un compatriota que le entendía- y su susurro tenía dueños, los autores de las vejaciones sufridas, responsables de la última y definitiva huida. Las palabras «ya no puedo más» cobran en su boca auténtico significado mientras los que escuchamos la historia bajamos los ojos conmovidos y con el alma encogida. No puede volver –pensamos-, no lo resistirá. Si miramos alrededor, un poco más allá de nuestras fronteras personales, las huellas de tremendos sufrimientos en los niños y adolescentes se dejan ver en esta realidad que resulta hiriente”.
A continuación, seguían reflexiones compartidas y recomendaciones a todos los agentes en el proceso para mejorar la identificación y lograr una más adecuada intervención psico-social con aquellos menores no acompañados susceptibles de recibir protección internacional. Estaba naciendo un proyecto, Solidaridad de Responsabilidades, que quería tender puentes entre personas, organizaciones y autoridades con responsabilidad en la situación de niños y niñas migrantes no acompañados para afrontar solidariamente los retos que estaban planteándose.
Diez años después, en 2019, sigo trabajando en los mismos temas, lo que no deja de ser natural en un investigador: continuar profundizando en lo ya tratado, seguir su evolución. Sin embargo, este seguir tiene mucho que ver con un no-avanzar. Cuando intervengo en un seminario ese año para hablar sobre la situación jurídica de los menores extranjeros no acompañados recurro a la imagen que me inspira Penélope, la esposa de Odiseo, rey de Ítaca, que mientras esperaba el regreso de su esposo de la guerra de Troya, decidida a mantener su castidad frente a los ocupantes del palacio que la pretendían, desteje por la noche lo tejido por el día. Así lo recojo en un libro posterior con el título “Penélope o el arte de destejer: la protección que reciben en España los menores extranjeros no acompañados”, pues tengo la impresión de que lo que la urdimbre protectora de las normas jurídicas teje por el día se deshace en las actuaciones de quienes están llamados a aplicarlas.
Durante 2020 y 2021 se está trabajando en varias reformas normativas referidas a los niños y niñas extranjeros: una nueva regulación sobre la determinación de la edad, el acceso al trabajo regular, un modelo de buen trato… El motor de estos cambios está, en buena medida, en la presión que ejercen las organizaciones sociales y su recurso al Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a un procedimiento de comunicaciones. Se han presentado más de cuarenta comunicaciones contra España sobre la vulneración de derechos de los niños migrantes no acompañados (junto a otras como las referidas al derecho a la educación de los niños extranjeros en Melilla) y en trece ocasiones –aún no se han resuelto más de la mitad de los casos presentados- el Comité considera que no se han respetado los derechos que la Convención reconoce.
Indudablemente las reformas son necesarias y pueden mejorar la vida de estos migrantes vulnerables. Pero las normas necesitan para que su finalidad no se pervierta del respaldo de una clara y decidida voluntad política de proteger y defender los derechos de esta infancia migrante. En un contexto social en el que el incumplimiento de la ley no recibe la respuesta prevista en el sistema, parece necesario recordar el reconocimiento en cada ser humano de una dignidad que hace de él un ser único que merece respeto y una dignidad que fundamenta las normas destinadas a la protección de sus derechos:
No es esta la dirección que ha seguido el poder desde 2009. Por eso, cuando me invade el desánimo, traigo a la memoria las palabras alentadoras de Ernesto Sabato: “Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”. No te resignes, me digo, la defensa de los derechos humanos será siempre una lucha.
Isabel E. Lázaro González es directora de la Clínica Jurídica-ICADE, Profesora Propia Ordinaria de la Facultad de Derecho y Patrona de Save the Children.