El 30 de marzo, cuando la mayoría de los estados miembros de la UE había decretado el confinamiento de sus poblaciones y cerrado sus fronteras, la Comisión Europea emitió el comunicado C/2020/2051, destinado a permitir ciertas excepciones a dichas medidas. Junto con el personal sanitario o los trabajadores fronterizos, esta comunicación expuso la necesidad de permitir, excepcionalmente, la movilidad de los trabajadores del sector agroalimentario, cuya ocupación fue decretada como “crítica” y, por lo tanto, merecedora de disponer de una serie de condiciones especiales. Paradójicamente, los migrantes peor remunerados por ejercer un trabajo que los europeos hace décadas que ya no quieren hacer demostraron ser esenciales para nuestra supervivencia durante la pandemia de la covid-19.
En el caso español esta necesidad fue aún más acuciante pues campañas como la fresa de Huelva quedaron completamente desprovistas de mano de obra. Hacía ya tres campañas que la contratación en origen (GECCO) volvía a funcionar tras haber pasado una década congelada por parte del gobierno, por lo que nadie esperaba que esta vez fuera Marruecos, que, al cerrar sus fronteras con España, dejara a nuestro campo sin mano de obra. Tanto en 2007, cuando los empresarios dejaron de poder acudir a la GECCO, cerrada (infructuosamente) por el gobierno para promocionar el empleo de parados por la crisis, como ahora, la solución ha sido la misma: mirar a la gran reserva de trabajadores comunitarios del este. Y es que, aunque se frene un tipo de migración, siempre se articulará otra que la sustituya, revelando la centralidad estructural que ocupan los migrantes en las sociedades modernas.
Como señaló Abdelmalek Sayad, las migraciones ejercen una función de espejo social, es decir, que a través de cómo son gobernadas, podemos entender la verdadera naturaleza del estado y su funcionamiento. En este caso, la pandemia de la covid-19 ha ejercido esa misma función mostrando que pueden pararse grandes sectores de la sociedad pero no podemos dejar de alimentarnos, por lo que, quiénes producen y recogen los alimentos son esenciales para nuestra supervivencia. Tal es así que aún en el contexto de mayor limitación a la movilidad de los ciudadanos que hayan experimentado los estados en la modernidad, ha debido imponerse una excepción para que los temporeros puedan seguir circulando. Y es que, el utilitarismo migratorio con el que fueron concebidos los programas de migración temporal constituye una falacia: los migrantes no tienen una utilidad concreta para llevar a cabo una función determinada y limitada en el tiempo, sino que son indispensables para el sostenimiento continuado de nuestras sociedades.
Cuando se congeló la GECCO en 2008, los empresarios del campo tuvieron que acudir a países como Rumanía para poder conseguir la mano de obra que ya no era posible movilizar dentro de los esquemas de migración circular. En la actualidad se ha producido el mismo efecto, si no recogen la fruta unos migrantes, lo harán otros, pues su labor es fundamental tanto para nuestra supervivencia como para nuestra soberanía alimentaria. Cabe señalar que, además de reclamar el empleo de migrantes temporales, muchos empresarios han recurrido en esta pandemia al empleo de irregulares, señalando la urgencia de atender y regularizar las condiciones de uno de los colectivos más vulnerables, sin los cuáles tampoco podríamos salir adelante.
Europa debe reflexionar sobre su modelo migratorio. El frío utilitarismo y la rigidez de las políticas migratorias de nuestros estados no son efectivos para asegurar condiciones de vida decentes para quienes sostienen una parte fundamental de nuestras sociedades. Cabe pensar que garantizando canales migratorios seguros y blindando los derechos de los migrantes no solo protegemos sus vidas, sino que cuidamos a la sociedad en su conjunto.
Yoan Molinero Gerbeau es doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, e investigador en el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (IUEM) y en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD) del CSIC.