En España residen 7.305.869 de personas que han nacido fuera de nuestras fronteras, lo que representa un 15,51% de la población. En estos últimos años el saldo neto de migrantes en nuestro país fue de aproximadamente 300.000 personas al año. Son las cifras que tanto la OCDE, el FMI y el mismo AIRef en España (que ha estado presidida desde 2014 por J.L. Escrivá, actual ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones) plantean como una solución al problema demográfico y de contribución al sostenimiento de nuestro sistema social, muy conectado al mercado laboral.
En cuanto al número de refugiados y solicitantes de asilo las cifras en España hablan de un país a la cola en Europa en resoluciones favorables con solo un 5% del total, cuando la media comunitaria es del 30%. El año pasado se registraron 118.264 solicitudes. Pese a todo, aunque 40.000 venezolanos tuvieron denegadas sus solicitudes en 2019, se beneficiaron de un permiso humanitario por dos años. El colapso en la Oficina de Asilo hace que tenga acumulados 133.000 expedientes por resolver, con una red nacional de acogida desbordada.
En este panorama, vemos como la irregularidad sobrevenida de un porcentaje de migrantes y refugiados, unida a la fragilidad de los empleos que muchos de ellos y ellas sustentan, ha dejado a un buen número de personas frente a una gran vulnerabilidad en estos tiempos complejos de pandemia. Son cifras de personas que se quedan fuera del sistema, son aquellos y aquellas olvidadas, de las que nadie habla, sostenidas por la solidaridad de la sociedad civil y de un buen número de instituciones de iglesia. Un alto porcentaje de estas personas siguen siendo explotadas en nuestros invernaderos del sur de donde llega la fruta y verdura a nuestros hogares, o en el cuidado del hogar con una gran desprotección y abusos. Llevamos años como sociedad mirando para otro lugar.
En este tiempo que vivimos, las situaciones para estas personas se complican. Muchas de ellas no tienen la oportunidad de cumplir el aislamiento con las suficientes garantías de higiene, pues viven apiñadas en viviendas realmente pequeñas, a veces con problemas de violencia doméstica, con dificultad de suministro en servicios básicos, pérdida de empleo y de protección. Algunas familias comienzan a tener dificultad para alimentar a sus hijos y ni que decir tiene la brecha digital que impide que muchos niños y niñas puedan seguir las clases online en la escuela.
Algunas personas enferman y no tienen los medios básicos para trasladarse a un hospital, comprar medicamentos o hacer llamadas telefónicas. Por no hablar del miedo a salir a la calle y a ser deportadas, o las enfermedades psicológicas que este tipo de estrés y hacinamiento provoca en poblaciones más vulnerables. Un capítulo especial representa la tragedia que viven las personas sin hogar o aquellas que se encuentran en centros de detención o bloqueados en las fronteras.
El coronavirus ha hecho aún más patente y trágico el drama que viven las personas migrantes y refugiadas más vulnerables. ¡Qué ironía! Muchas de ellas sostienen a la humanidad en nuestros hospitales, en nuestros hogares con mayores y niños, proveyendo que no nos falte de nada en los supermercados, haciendo crecer las frutas y verduras que encontramos en el mercado o manteniendo los sistemas básicos de infraestructuras, entre otros. Son solo una muestra de botón de atención y cuidado.
España y Europa están cimentadas en unos valores que nos han hecho crecer como sociedad y como humanidad. El artículo 2 del Tratado de la Unión Europea establece que “la Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”. El artículo 3 detalla además que la “Unión tiene como finalidad promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos”.
Algunos filósofos españoles como Adela Cortina, Javier Gomá, Fernando Savater y el mismo Pablo D’Ors han reflexionado sobre la actual situación de crisis sanitaria, poniendo el acento en la importancia del cuidado de nuestros mayores, personas con discapacidad y colectivos más vulnerables.
Vivimos un momento en el que las sociedades pueden dar “el do de pecho”, dando un paso al frente con generosidad, cumpliendo con la responsabilidad social y los valores que nos cimentan como sociedad y humanidad. El aplauso que a diario escuchamos en nuestros balcones a las 8 pm, el rostro de nuestros vecinos y vecinas hablan de ese deseo y esperanza. Ojalá que sepamos dar cauce a esta fuerza colectiva como sociedad.
Los gobiernos, los organismos internacionales y las grandes multinacionales están intentando anticipar las consecuencias post-pandemia en nuestras economías. También las entidades sociales hablan con temor de lo que vendrá después de esta emergencia sanitaria, que dará paso a una emergencia social que azotará especialmente a los más vulnerables. Demos pasos y aprovechemos este tiempo singular para sacar a la luz la situación de aquellas personas que peor lo están pasando e intentemos dar una respuesta con humanidad a medio y largo plazo.
Alberto Ares SJ es doctor en migraciones internacionales y cooperación al desarrollo. Director del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (IUEM) de la Universidad Pontificia Comillas