“Esta hospitalidad se presenta como un valor humano y espiritualmente vital y conectado con la vulnerabilidad del ser humano que siempre requiere ser acogido y acoger al otro, que siempre precisa crear espacios habitables y abandonar contextos inhóspitos.” (Boné, 2008: 110)
La realidad migratoria actual nos impulsa a renovar y profundizar en una teología de las migraciones. En este contexto, la práctica de la hospitalidad dentro de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), desenmascara una retórica de la hostilidad.
La DSI reconoce el bien común y la dignidad de todos los seres humanos como dos elementos muy importantes, así como la interdependencia e interconectividad de toda la humanidad. El documento magisterial Erga Migrantes Caritas Christi refleja a los migrantes como cocreadores de una fraternidad universal y presenta la hospitalidad y las migraciones como elementos intrínsecos a la naturaleza de la Iglesia. La hospitalidad representa una manera de vivir la misión de todo cristiano, con una vocación de peregrino (Campese, 2012).
La hospitalidad fue primero un modo de supervivencia, que presentaba un elemento de reciprocidad y la condición de posibilidad para encontrarse con Dios a través del extranjero. Esta hospitalidad nos habla de nuestra vulnerabilidad y el común recuerdo de haber sido extranjeros en tierra extraña, descendientes de un arameo errante. Por su parte, la hostilidad, está anclada en el miedo a perder unos privilegios, envueltos en dinámicas de exclusión y marginalidad, y desenmascara la importancia de una hospitalidad radical (Ares, 2018).
Una hospitalidad radical que nos recuerda que Dios es acogida. Dios escribe la historia de salvación a través de su fragilidad, de la fragilidad humana. “He escuchado el clamor de mi pueblo, dice el Señor” (Ex. 3,7). Con su fragilidad vino a buscarnos. La hospitalidad nos invita a no tener miedo a la fragilidad que vivimos en nuestro mundo, pues es desde esa vulnerabilidad desde donde se nos hace presente Dios. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2, 24). Solo hay diálogo de herido a herido, desde la fragilidad (García, 2011).
El poder transformador de la hospitalidad reorienta nuestras vidas hacia el servicio y nos acerca al camino, a los márgenes donde Dios sale al encuentro de nuestros hermanos y hermanas migrantes. Ese poder trasformador de la hospitalidad abre las puertas, salta los cerrojos y nos anima a tender puentes.
Alberto Ares SJ es doctor en migraciones internacionales y cooperación al desarrollo. Director del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (IUEM) de la Universidad Pontificia Comillas