Ruanda es uno de los lugares más relevantes en materia de reconciliación en el mundo, por la magnitud del conflicto vivido durante los tres meses que se prolongó el genocidio y porque, al mismo tiempo, es un lugar clave desde la perspectiva del asilo y el retorno dado que gran parte de su población se refugió en los países fronterizos durante los meses de violencia cruenta y, desde entonces, ha ido retornando gradualmente en los últimos 25 años. La elaboración que los ruandeses han hecho para entender, explicar y sobreponerse a su historia es especialmente singular y tiene mucho que ofrecernos a la hora de entender el refugio con una mirada longitudinal más amplia.
Cuando nos preguntamos por algunos de los conflictos actuales, como Siria o Sudán del Sur, en los que gran parte de la población está fuera de sus fronteras, uno de los interrogantes que surgen es ¿qué va ocurrir cuando el conflicto termine? ¿volverán todas estas personas a sus casas? ¿acaso tendrán un lugar al que volver? Y, si vuelven, ¿será posible reconstruir la relación entre aquellos que llevan décadas de lucha fratricida a sus espaldas?
Tras el genocidio en el año 1994 en el que fueron asesinados cerca de 800 mil ruandeses, millones de supervivientes tuvieron que huir a los campos de refugiados de Congo, Tanzania y Burundi. Cuando la paz llegó al país algunos pudieron volver a sus casas, otros lo han ido haciendo a lo largo de los años y algunos nunca lo han hecho, pero la inmensa mayoría conserva aún hoy en su memoria colectiva una historia de refugio. De hecho, el campo de refugiados más grande que ha existido en la historia es aquel que se pobló de ruandeses en la ciudad de Goma (en la frontera con R.D. Congo). Según el ACNUR, aunque hayan pasado 25 años desde el fin del genocidio, aún hoy continúan los retornos de refugiados ruandeses a su tierra natal. Algunos de los últimos datos que tenemos son:
2.899 retornados en 2018
89.761 retornados desde 2009
3.454.704 retornados desde el fin del genocidio en 1994
El ACNUR anunció hace dos años el cierre de la situación de los refugiados ruandeses que huyeron en 1999 y recomendaba el cese de su condición de refugiado con fecha límite 31 de diciembre de 2017. Este cese implicaba el retorno ineludible de todos aquellos que, en ese momento, permanecían aún en campos de refugiados. Estos datos nos ayudan ligeramente a poner en contexto a este pequeño país cuya población lleva 25 años trazando un camino, lento pero seguro, para posibilitar el retorno a un contexto donde la paz que se encuentren sea sostenible y duradera.
¿Podemos aprender algo de ellos? Quizá uno de los primeros elementos que ha abierto el camino hacia el lugar en el que están hoy es que, con mucho esfuerzo y luchando con numerosas voces detractoras, han logrado que el genocidio se alce como una parte importante de su historia y tienen el convencimiento de que que la reconciliación no pasa por el silencio y el tabú respecto a aquellos días tan oscuros. Así, cada 7 de abril comienza un periodo de conmemoración, Kwibuka (recuerdo), que marca el inicio de 100 días de luto en el país, tantos días de luto como días se prolongó el genocidio. El objetivo, con sus actos, conmemoraciones y testimonios, es mantener viva la memoria de lo ocurrido para que no se convierta en tabú. Sabiendo que el respeto a las víctimas debe estar en el centro de todo proceso de reconciliación y que, para lograrlo, una parte fundamental la fidelidad a la verdad de lo ocurrido.
En Ruanda se enfatizó la necesidad de justicia después del genocidio y esta necesidad derivó en la creación de órganos especiales para garantizar la justicia transicional. En general, la evaluación que se ha hecho de los procesos es positiva, y para las víctimas, saber que no se permitía la inmunidad de los victimarios fue necesario para poder restaurar el equilibrio y el sentimiento de seguridad. Pero, ni la verdad por sí misma, ni la justicia por sí misma, ni siquiera la combinación de ambas, garantizan ni explican la reconciliación, la reconciliación requiere un paso más. Justicia y verdad, sí que sientan las bases para que ésta pueda darse y allanan el camino, pero Ruanda ha sabido dar un paso más porque la mera coexistencia pacífica no era el horizonte ideal al que han querido apuntar como pueblo.
A lo largo y ancho del territorio se suceden numerosas iniciativas que promueven la reconciliación, algunas nacen del gobierno, como el cambio de los nombres de los pueblos y lugares que permanecían asociados a la época del conflicto, o la re-educación de los agresores en los Ingando Camps, o el proyecto “Yo soy ruandésW (Ndi Umunyarwanda), que pretende fortalecer una identidad como ruandeses distinta de las sub-identidades étnicas. Otras iniciativas nacen más bien en contextos de Iglesia o de la administración a nivel local, como propuestas de los líderes comunitarios en ciudades y aldeas.
No todas las iniciativas son igualmente bien recibidas. Algunas despiertan suspicacias, otras miedo o respeto, otras incluso rechazo, pero muchas se están convirtiendo en medio para posibilitar la reconstrucción de las relaciones rotas, y nos están dejando testimonios vivos y genuinos de que la reconciliación es posible, porque Ruanda ha entendido que, para que las víctimas puedan volver, tenían que ofrecerles un contexto seguro en el que sintieran que el conflicto no se iba a volver a repetir.
Ángela Ordóñez es investigadora del proyecto IMMERSE. Sus líneas de investigación son psicología del perdón y refugiados.