La cuestión del pluralismo ha ido ganando protagonismo en las últimas décadas. España ha vivido un proceso de secularización creciente en las últimas 5 décadas que, se ha analizado desde la teoría de la secularización, muy en boga desde los años 60, en base a tres subtesis: la tesis de la diferenciación estructural de las esferas seculares y la religión, la tesis del declive de creencia y prácticas religiosas, y la tesis de la privatización de la religión en el mundo. Pero es significativo que la incorporación a un contexto católico mayoritario de inmigrantes en las últimas décadas ha supuesto la emergencia de la diversidad religiosa con la presencia de religiones anteriormente poco presentes como el islam, el protestantismo, la ortodoxa y el “budismo”, como las más destacadas entre ellas. De las tres tesis mencionadas las dos últimas son las que parecen perder prevalencia por la presencia de estas religiones. La tesis del declive de las creencias y prácticas religiosas se ha visto en entredicho por la presencia de éstas al igual que la tesis de la privatización de la religión se ha visto desplazada porque en la revitalización de la religión ésta ha ido ganando presencia pública. Mientras, parece que es más aceptada la existencia de una separación entre la esfera secular y la religiosa, incluso por el islam que tradicionalmente ha considerado, (y se observa en la mayoría de los países musulmanes) una estrecha vinculación entre el poder político y el religioso.
Estas cuestiones que han hecho repensar el papel de la religión en el mundo moderno ha llevado a que algunos sociólogos como Peter Berger haya planteado que la “vieja” teoría de la secularización no responde apropiadamente y, que, por lo tanto, hay que pensar en un nuevo paradigma que sería el del pluralismo. Fundamentalmente su análisis se centra en el mundo occidental.
En nuestro caso cabe reflexionar cómo se está dando este proceso hacia el pluralismo religioso. De hecho, los acuerdos con las minorías religiosas en España en 1992, ampliados posteriormente, han sido una de las vías fundamentales de estructurar institucionalmente el pluralismo social religioso interno en nuestra sociedad, basándose en la Constitución y en la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de libertad religiosa. En primer lugar, porque les proporciona a las minorías religiosas la representación y legitimidad necesaria para instalarse definitivamente al mismo nivel que la religión católica y, además, como un relato aceptable por los sectores más seculares y anticlericales.
Ahora bien, nos interesa incidir en la intrahistoria cotidiana de estos procesos de pluralismo. En la base está lo que Berger (2016), señala como contaminación cognitiva. Quiere decir que uno se sorprende de recibir y hasta aceptar ideas y actitudes distintas con las cuales incluso puede estar dispuesto a aceptar y en alguna medida compartir. E incluso negociar estas. Es lo que ha ocurrido a menudo con gente y colegios que no aceptaban el uso del velo en sus centros. De hecho, una cuestión que ha sido motivo de conflictos con alta carga mediática en algunos momentos, como sucedió en Madrid en el año 2010, ahora prácticamente no sólo no sale en la prensa, sino que, en general, las adolescentes musulmanas lo usan y los centros escolares lo admiten con bastante normalidad, incluso en centros escolares católicos.
Al respecto Berger retoma la anécdota de los tres Cristos de Ypsilanti, en su libro «Los altares de la modernidad» que nos sirve para comprender la raíz del pluralismo religioso. La anécdota la tomó prestada de Rokeach, psiquiatra norteamericano, quien relata lo que sucedió en un centro psiquiatra llamado así. En él había dos personas que se creían Jesucristo. De alguna manera habían logrado convivir. Pero los psiquiatras se empezaron a preocupar cuando apareció otro paciente con la misma ilusión. Decidieron ponerles juntos. Según cuenta Rokeach los tres se inventaron lo que podría describirse como una ingeniosa teología que les permitía a los tres mantener su título como una especie de Cristo. Es decir, la gente con posturas contrarias que sigue hablándose termina influyéndose mutuamente llegando a un pacto cognitivo. Eso es lo que ha sucedido con el caso del velo. Unos con una ideología claramente secularizada o una posición católica han terminado por aceptar lo que muchas veces consideran es una imposición machista y patriarcal de una religión. Eso quiere decir que la convivencia lleva a relativizar las posturas propias.
De la misma manera muchos musulmanes aceptan que sus hijos reciban juguetes de Papa Noel o los Reyes Magos cuando estás figuras no pertenecen a la tradición musulmana y puede chocar con sus creencias. En estas situaciones los sectores opuestos deben relativizar sus creencias, opiniones y posiciones. O simplemente las relativizan y por lo tanto las suavizan y las matizan. Y tienen que dar razones al otro de por qué piensan así. Siempre hablando en condiciones o situaciones democráticas.
También es verdad que en estos procesos puede darse la “miopía de la negociación” como llama Jane Mansbridge. Significa lo difícil que resulta a quienes están implicados en una disputa profunda superar sus enroques a corto plazo y mirar más allá. Es como si los adversarios necesitaran unas gafas para visualizar el beneficio compartido que se puede lograr si dialogan con realismo, ceden y pactan.
Joaquín Eguren es Investigador del Instituto Universitario de Migraciones y Coordinador del Observatorio Iberoamericano sobre Movilidad Humana, Migraciones y Desarrollo (OBIMID)