Ayer los periódicos abrían con titulares similares en todo el mundo sobre el Foro Económico Mundial de Davos, que en su 48 edición reúne de nuevo en Suiza a las élites políticas y empresariales.
“The Global Economy Is Finally Making Some Noise (La economía global está volviendo a tomar protagonismo): Por primera vez desde la recesión económica global, todas las economías mundiales están creciendo, creando puestos de trabajo, incrementando fortunas y atemperando los miedos del descontento popular.” [The New York Times]
“La euforia económica se apodera de Davos: Hacía mucho tiempo que Davos no rezumaba un optimismo como el que se ha podido percibir esta semana en la 48 edición del Foro Económico Mundial. Las Bolsas viven un repunte, hasta niveles históricos en el caso de EE.UU., que parece no tener fin, y el ánimo de los ejecutivos es directamente proporcional a esa curva. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha revisado al alza, casi de forma generalizada, el crecimiento en las principales economías desarrolladas y emergentes. La política monetaria sigue manteniendo un fuerte sesgo expansivo y la ausencia de presiones inflacionistas resta urgencia a los banqueros centrales para ir retirando los masivos estímulos inyectados durante la crisis.” [El País]
En este mismo marco de Davos, distintas voces en el mundo miran de cerca esta recuperación económica. Por ejemplo, OXFAM Intermón acaba de publicar un informe “Premiar el trabajo, no la riqueza”, en el que muestra que “el 82% de la riqueza mundial generada durante el pasado año fue a parar a manos del 1% más rico de la población mundial, mientras que el 50% más pobre –3.700 millones de personas– no se benefició lo más mínimo de dicho crecimiento”.
Su director general, José María Vera, que ha formado parte durante años del claustro de profesores de nuestro Máster de Cooperación Internacional, describe este proceso:
«El boom de los milmillonarios no es signo de una economía próspera, sino un síntoma del fracaso del sistema económico. Se explota a las personas que fabrican nuestras ropas, ensamblan nuestros teléfonos y cultivan los alimentos que consumimos para garantizar un suministro constante de productos baratos, así como para engrosar los beneficios de las grandes empresas y sus adinerados inversionistas”
En España seguimos esa tendencia mundial, que se torna dramática en algunos rincones del mundo como la India (“Why is India’s wealth inequality growing so rapidly?” Prabhat Patnaik [Aljazeera]).
En cuanto a los datos mundiales sobre migraciones, las cifras siguen creciendo de forma exponencial. Según datos de la OIM y ACNUR existen más de 1.000 millones de personas migrantes en el mundo. De ellos casi 250 millones son migrantes internacionales y más de 65 millones se ven forzados a dejar su tierra. En la actualidad existen más de 22 millones de personas refugiadas y 10 millones de apátridas. Al día, 30.000 personas se ven forzadas a dejar su hogar a causa de conflictos armados o persecución. Asimismo, algunos estudios apuntan a que habrá 250 millones de refugiados climáticos en 2050. Muchos de estos desplazamientos tienen su origen principalmente en la desigualdad económica, que produce serios desajustes en el mercado de trabajo, pobreza, cuestiones que están detrás de muchos conflictos bélicos y que sin duda afectan al medio ambiente.
Toda esta situación trae a mi mente una reflexión sobre el título de un libro del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, “On Ethics and Economics”, en el cual además de otros temas señala la importancia que tiene para el destino del mundo que ética y economía vayan de la mano, y lamenta el distanciamiento que en las últimas décadas han ido adquiriendo.
Desde otros ámbitos nuestro compañero, el profesor José Manuel Aparicio, puntualiza como la Doctrina Social de la Iglesia y las enseñanzas de los últimos Papas ponen el acento en el necesario reencuentro entre las ciencias empíricas, las éticas y las teológicas (“¿Cuál es la economía que mata?” [Corintios XIII]). El Papa Francisco en la encíclica “Laudato Si” plantea el concepto de “ecología integral” (LS 137-162), para describir la interconexión global e integral en nuestra vida. Del mismo modo, en una relación entre economía y ética, Benedicto XVI en “Caritas in veritate” refiere como “toda decisión económica es una decisión ética” (CV 2).
En otras tradiciones, como la musulmana, también se recoge esta relación. Por introducir un ejemplo más plástico, Al-Juarismi, el gran matemático persa, padre del álgebra responde de esta forma cuando le preguntan sobre el valor del ser humano:
“Si tiene ética, entonces su valor es = 1.
Si además es inteligente, agréguele un cero y su valor será = 10.
Si también es rico, súmele otro 0 y será = 100.
Si sobre todo eso es, además, una bella persona, agréguele otro 0 y su valor será = 1000.
Pero, si pierde el 1, que corresponde a la ética, perderá todo su valor, pues solamente le quedarán los ceros.”
Si nuestra economía y nuestros líderes mundiales siguen animando un crecimiento económico que en muchos casos olvida y ningunea el componente humano y ético, nuestras sociedades y miles de millones de personas seguirán viviendo en la miseria, obligadas frecuentemente a dejar su hogar buscando un futuro mejor en las “pequeñas islas mundiales” que cada día acumulan mayores fortunas y riqueza.
¿Seguiremos teniendo vergüenza para quejarnos de la presión migratoria en nuestras sociedades occidentales? ¿Es la creación de muros y el control de fronteras el mejor instrumento para gestionar y dar respuesta a este reto mundial?
…tranquilos que como nos dice Davos estamos en la buena senda: la economía crece y las bolsas están contentas.
Alberto Ares SJ es Investigador del IUEM (Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones) de la Universidad Pontificia Comillas.