Esta tarde marcho a Melilla a pasar un rato, así me despejo. Salgo de la DDM (Delegación Diocesana de Migraciones), cojo un “Grand taxi”, uno de esos Mercedes antiguos donde nos metemos tropecientas personas bien apretadas… en escasos quince minutos he llegado al paso fronterizo de Beni Ensar, paso la frontera con mi pasaporte, ese pasaporte color rojo que muchos desearían tener y que yo simplemente por el hecho de nacer donde he nacido tengo sin más… En la frontera se respira un ambiente tenso y desolador. Se ha prohibido el paso de mercancías, el visado está muy restringido, y solamente hay un paso fronterizo abierto.
Después de una larga espera, finalmente consigo cruzar.
Acaba la jornada de trabajo y estoy en el despacho de la DDM (Delegación Diocesana de Migraciones). Me dispongo a escribir el articulo para la Cátedra que me piden. Me tomo mi tiempo para pensar, y ver de qué puedo hablar, cierro los ojos… La cabeza se me va, y me resuenan unas palabras que escuché hace unos días de unos mandatarios europeos hablando de la llegada de “inmigrantes ilegales”, cuyo discurso estaba marcado por el odio y el rechazo hacia las personas migrantes, tratándolos de criminalizar y deshumanizar… Vuelvo de mis pensamientos, abro los ojos, y sigo ahí en el despacho. Doy una vuelta por el pasillo y me encuentro a Amari jugando con el pequeño Malik.
Hace poco más de un mes, un miércoles 6 de septiembre aterrizaba en Nador. Una ciudad situada al noreste de Marruecos, perteneciente a la región del Rif Oriental. Destaca por ser un enclave fronterizo situado cerca de la ciudad española de Melilla.