Cuando el Papa Francisco hablaba de estar “enraizados y enamorados”, creo que se refiere a ese tipo de compromiso profundo que nace cuando una experiencia no solo se piensa o se observa, sino que se vive desde dentro. Así me sentí en mis prácticas en el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) en Madrid: profundamente enraizada en un equipo y en una causa que me atraviesan, y completamente enamorada del trabajo que hicimos y de las personas con las que lo compartí.
Llegué con muchas ganas de aprender, pero me voy con algo más grande: me voy transformada. Trabajar en una entidad como SJM, que combina acción directa, acompañamiento humano y mirada crítica, ha sido una escuela de humanidad. He entendido, desde lo cotidiano, lo valioso que es construir comunidad y tejer redes en un mundo donde tantas personas se ven forzadas a empezar de cero, lejos de su tierra.
Uno de los aprendizajes más potentes que me llevo tiene que ver con la fuerza del trabajo en equipo. No hablo solo de la eficacia, que también, sino de la calidez, la escucha y la confianza que se generan cuando se trabaja con personas que creen en lo que hacen. Desde el equipo jurídico, de proyectos y de comunicación, todos y todas ellos/as me trataron como una más desde el primer día —me animaron a participar, a proponer, a equivocarme sin miedo— me dio un espacio para crecer sin sentirme sola.
En tiempos de crisis, donde lo individual parece imponerse y el cansancio social nos atraviesa, reafirmo la importancia de construir desde lo colectivo. Cuando las decisiones se toman en grupo, cuando se celebra lo logrado en comunidad y cuando las dificultades también se comparten, algo cambia. Hay esperanza. Y en SJM, esa esperanza es concreta, diaria y palpable.
Otro gran aprendizaje ha sido el valor de la comunicación. Vivimos en un mundo saturado de discursos, muchos de ellos cargados de odio, de desinformación, de ruido. Frente a eso, contar lo que hacemos, por qué lo hacemos y para quién lo hacemos, se vuelve urgente. Aprendí que comunicar no es solo hacer visible un proyecto: es también una forma de resistencia y de ternura. Es afirmar que las personas migrantes no son cifras ni amenazas, sino sujetos de derecho, con historias, con voz, con sueños.
En SJM me sentí parte de esa misión. Desde mis labores en las áreas de comunicación y proyectos, como mi implicación Asamblea de Jóvenes. La asamblea tenía como objetivo celebrar la diversidad y fomentar la participación activa de la juventud migrante. Fue un espacio de encuentro donde se compartieron vivencias, se tejieron alianzas y se impulsó algo que considero fundamental: generar conciencia en las y los jóvenes sobre su papel transformador en la sociedad.
Por un lado, me pareció bastante bonito ver un proyecto de forma materializada, ya no era ver números u objetivos sobre el papel y lo que significaba esta acción, sino que pude participar como personal técnico de la entidad. Me emocionó ver tantas voces distintas dialogando desde el respeto, sino que también me sentí parte de ese proceso vivo y colectivo. No desde el centro, sino desde el acompañamiento. En un mundo donde tantas veces se nos empuja al individualismo, ver a jóvenes reflexionando, opinando y soñando juntas y juntos con una sociedad más justa fue profundamente esperanzador. Y entendí, una vez más, que la participación no es un lujo ni un añadido: es parte del proceso transformador. Y sí, también es una responsabilidad. Porque una vez que participas, ya no puedes mirar hacia otro lado.
Si estás leyendo esto porque estás pensando en hacer tus prácticas en SJM, solo puedo decirte una cosa: hazlo. Y hazlo con todo. Escucha mucho, pregunta sin miedo, involúcrate, toma nota de todo lo que te hace vibrar. Porque no estás entrando solo en una entidad: estás entrando en una comunidad que lucha, que acompaña, que transforma. Considero que he crecido mucho académica y profesionalmente, pero sobre todo en lo personal, porque trabajar con personas te hace más humana.
No todo será fácil. Deberás coger el ritmo, habrá momentos de incomodidad, de preguntas difíciles, de reuniones en los que te encuentres pérdido/a…. Pero también habrá muchas risas, muchas conversaciones que te remuevan por dentro y muchas personas que te marcarán para siempre.
Hoy cierro esta etapa con el corazón lleno. Gracias al equipo de SJM por abrirme las puertas, por confiar, por sostener. A Cami, a Dani, a Jaime, a Clara, y también a otras personas en prácticas como Sara y Paula… Gracias a las personas de Casa San Ignacio por acogerme de igual forma en el hogar. Y gracias al equipo de la Cátedra por acompañarme y permitirme vivir esta experiencia.
Sigo caminando, ahora más enraizada y más enamorada que nunca.
Aitana Cabello es beca en Sede SJM 2024-25 de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas