Fijaos en las aves del cielo. Por Pablo Badía

Esta tarde marcho a Melilla a pasar un rato, así me despejo. Salgo de la DDM (Delegación Diocesana de Migraciones), cojo un “Grand taxi”, uno de esos Mercedes antiguos donde nos metemos tropecientas personas bien apretadas… en escasos quince minutos he llegado al paso fronterizo de Beni Ensar, paso la frontera con mi pasaporte, ese pasaporte color rojo que muchos desearían tener y que yo simplemente por el hecho de nacer donde he nacido tengo sin más… En la frontera se respira un ambiente tenso y desolador. Se ha prohibido el paso de mercancías, el visado está muy restringido, y solamente hay un paso fronterizo abierto.

Después de una larga espera, finalmente consigo cruzar.

Me doy un paseo por la playa y aprovecho para meditar un poco y pasar por el corazón los seis meses que ya llevo en Nador, en Marruecos, en la DDM…

Ha habido tiempo de todo, la verdad. Tiempo de trabajo desde la intervención, el acompañamiento, tiempo de compartir sueños, alegrías, penas, miedos, incertidumbres… con las personas que están en trayecto migratorio.

Me viene al recuerdo la conversación que tuve el otro día con una persona. Me compartía la impotencia que sentía. Lleva años en camino… Me contaba que no puede regresar a su casa, a su país de origen, ya que su familia ha puesto todas las esperanzas en él y él no quiere defraudarles, pero tampoco consigue llegar a aquel lugar para el que tanto ha estado esperando… Lo intenta y no puede, está cansado, agotado, encerrado, no puede hacer viaje de vuelta, pero tampoco de ida…. Está atascado. Él y otro joven quieren seguir el trayecto y aunque hace poco se hundió una pequeña embarcación… Nada parece pararles en su deseo, en su ansia, en su derecho a soñar una vida mejor.

Y yo… pues no tengo mucho que decir ante esto, simplemente estoy ahí, escucho, acompaño, trato de sensibilizarles sobre los riesgos, de desidealizar sus expectativas… pero a la vez me pregunto ¿Quién soy yo (desde mi situación de poder y bienestar que tengo) para decirles que no lo hagan?

Lo que me movió y me sigue moviendo a estar aquí “en terreno” es precisamente esto, el encuentro, el acompañamiento… Me vienen muchos rostros, nombres… mujeres embarazadas, niños/as, jóvenes enfermos/as, heridos/as… Son ellas y ellos, su fortaleza y flaqueza, sus sueños y miedos, su resistencia la que me sigue interpelando y moviendo.

Otra parte de mi tiempo aquí, de mi trabajo, “el groso del trabajo”, ha sido el trabajo técnico y de gestión. Quizás pueda parecer más aburrido estar metido en un despacho gestionando proyectos, metido entre facturas y fuentes de verificación… haciendo informes y en reuniones maratonianas…  He de reconocer que esta parte no me atraía tanto. ¿Para eso he venido aquí, para estar metido entre papeles? Eso me preguntaba. Y la verdad he ido descubriendo el valor de este trabajo técnico y de coordinación. Aprender cómo funciona el ciclo completo de un proyecto, trabajar con distintos financiadores públicos y privados, aprender a gestionar equipos humanos interculturales y bajo condiciones de emergencia…. Me ha ayudado a entender la importancia que tiene este trabajo técnico y de coordinación junto a los equipos de intervención para que todo salga adelante.

 

De este modo, para que el equipo médico pueda atender a esas mujeres embarazadas, hace falta buscar financiación. Para que el equipo Psicosocial pueda realizar talleres sobre el fortalecimiento de capacidades de la población migrante hace falta formular un buen proyecto. Para que el Espacio Mujer pueda seguir cuidando ese espacio seguro donde las mujeres comparten y sanan heridas, hace falta trabajar sobre las prioridades y líneas estratégicas de la entidad desde un enfoque de género. Para que los niños/as puedan jugar y estudiar hace falta tener reuniones de trabajo con otras entidades aliadas y generar un entorno seguro y de protección de la infancia. Para que esos jóvenes enfermos puedan descansar y mejorarse en la Residencia hace falta coordinarse con los/as compañeros para hacer un seguimiento de la persona. Para que una madre con sus hijas pueda comer, hace falta coordinarse con el responsable de logística para hacer las compras y suministrar los alimentos…

La tarde pasa rápido, voy regresando, lo hago bordeando la valla… Me quedo un momento parado, mirando como las aves del cielo entran y salen volando por encima de la valla… libres, migrando de un lugar a otro.

Con esperanza recito aquel versículo del Nuevo Testamento “Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre del cielo las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?”

Aquí seguimos con fe y esperanza, con compromiso y lucha, con confianza de sentirnos cuidados/as y acompañados/as, aquí seguiremos cuidando y acompañando a nuestros/as hermanos/as migrantes.

 

Pablo Badía es contrato en prácticas en Nador de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos 2023-2024

 

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