Damos inicio a una nueva sección del Blog Acogida. Son las experiencias de nuestros voluntarios de las clases de Español para Refugiados y Migrantes que se unen a este espacio para contar sus experiencias y así, compartir juntos la alegría del acompañamiento y el conocimiento. No dejes de seguir esta sección desde la que abordamos el camino andado a lo largo del semestre y las lecciones aprendidas gracias a nuestros alumnos.
Es lunes. El reloj todavía no marca las cinco, pero los voluntarios ya estamos en el aula. Tres bolsas repletas de cartulinas, rotuladores y juegos esperan pacientemente en el suelo mientras los primeros estudiantes van llegando. Todo son saludos discretos, pequeños gestos con la cabeza y ganas de sentarse en la última fila. Estamos nerviosos, inseguros. Pero el tiempo pasa, la clase avanza, las palabras fluyen y, para cuando la aguja marca las siete, ese grupo de desconocidos es ya un pequeño equipo que camina en una única dirección: la integración a través del español.
Después de cinco semanas, 42 horas, infinidad de juegos, preguntas, meriendas y canciones, el curso clausuró su primera etapa y los voluntarios respiramos, al fin, aliviados: el objetivo se había conseguido. Desde aquel primer lunes de octubre, nuestros alumnos pasaron del casi total desconocimiento de la lengua a compartir con nosotros su fin de semana, su pasión por el fútbol o la curiosidad por la cultura española. La última fila pasó a ser la primera y el silencio del principio dio paso a una inmersión completa en el idioma, su nexo con la sociedad de acogida.
Día a día, el grupo fue progresando entre las cuatro paredes del aula, donde la observación permite detectar las necesidades específicas de cada uno. Aquel chico no sabe escribir en alfabeto latino, este otro confunde la “e” y la “i”, ese no recuerda la conjugación de los verbos. Pero nada los detiene. Son esfuerzo y dedicación. Saben que el tiempo dentro del sistema de acogida español es limitado y que fuera, en el mundo real, las competencias adquiridas marcan la diferencia: encontrar trabajo, hacer la compra, alquilar un piso. Y ahí radica la importancia de nuestras clases. Es prácticamente imposible participar en una sociedad sin conocer su lengua, pero para ello no basta con ser espectador pasivo, sino que se requiere de espacios en los que interactuar y practicar lo aprendido. Y ese espacio era nuestra aula de español.
Esta experiencia convirtió los lunes en apetecibles, las clases de lengua en un espacio seguro y dinámico, y las migraciones en algo real y tangible. Migrar es tan inherentemente humano como caminar o hablar. Tanto es así que todos, de un modo u otro, somos migrantes. Por motivaciones económicas, profesionales o contextos sociopolíticos inestables, el mundo es un constante ir y venir migratorio del que nadie está exento. Y es en esa naturalización de los movimientos humanos donde deben tejerse redes de apoyo mutuo en las que los voluntarios ocupamos un espacio clave.
Ser profesor de español es ser también animador sociocultural, diseñador, dibujante y actor. Es llegar tras un mal día al aula y disipar toda tristeza solo con ver el entusiasmo de tus alumnos. Es emplear tu tiempo libre en planificar la próxima clase, en pensar qué recompensas dar a los ganadores del juego, en cómo hacerles entender la diferencia entre “ser” y “estar”. Pero, sobre todo, ser profesor de español es ser parte de un proceso imprescindible de integración y acompañar a tus alumnos en un viaje de ida hacia la vida plena en la sociedad de acogida.
Sin embargo, fue el día que entré en una clase por primera vez cuando me di cuenta de que la teoría es necesaria, pero el contacto real y humano es esencial. Desde el comienzo del curso, la enseñanza del idioma se me reveló como herramienta básica para la integración de las personas migrantes. Las cuatro paredes del aula de español se erigen como espacio de seguridad en el que los problemas no tienen cabida. No existen persecuciones ni traumas, solo adultos tejiendo redes de apoyo que buscan evadirse por unas horas y centrarse en aprender. Sonrientes, relajados. Motivados por palabras de ánimo y muchas risas compartidas con personas que, en muchos casos, se han convertido en amigos unidos por unas circunstancias vitales similares; una pequeña red de apoyo que recorre diferentes lugares del mapa, pero que confluye en el mismo espacio.
¿Cambiaremos el mundo con nuestras acciones? Probablemente no, pero si mañana uno de ellos consigue un trabajo, hace solo la compra o alquila un piso, los profesores nos sentiremos parte del logro. Les agradeceremos, internamente, habernos abierto los ojos a las diferentes realidades que configuran un mundo que, por puro azar, es más amable para algunos, y nos veremos como parte de un pequeño cambio. Gracias por confiar en nosotros. Nos vemos en las aulas.