[Javier Elzo] Hans Joas desarrolla su teoría sobre la religión en cinco puntos que, “sí se los adopta conjuntamente, constituyen los delineamientos de una teoría de la sacralización que entonces pueda servir de fundamento a las argumentaciones históricas”[1].
Punto 1. La “creatividad situada” en el actuar humano
Propone el concepto de ‘creatividad situada’. La creatividad no designa un tipo de acción particular, la acción creadora, sino una cualidad que reviene a todo actuar humano. La idea fundamental es que el organismo ‘ser humano’ hace la experiencia viva de tensiones en su relación con el medio ambiente, especialmente con lo que le son más próximas.
Punto 2. La teoría antropológica de la autorrealización de la persona, del “sí mismo”.
Según está teoría, el ‘sí mismo’ no designa la individualidad biológica del niño ni la estructura de la personalidad adulta que se forma progresivamente, “sino la estructura de la autorrealización de una persona en tanto que llega, a lo largo de su vida, a sintetizar las relaciones con los diferentes, con los otros, de una forma que tienda a la coherencia«[2].
Punto 3. Las experiencias pasivas, a lo largo de la vida, externas al sujeto, de “autotrascendencia”, como acontecimientos fuertes
Este punto es, realmente, un eslabón clave en la organización del pensamiento de Joas. La idea es muy simple: determinados acontecimientos en la vida de las personas suponen un “choque vital” en su configuración simbólica de la realidad. Pero más aún, son capaces de rediseñar su vida futura, sea de forma permanente, sea durante un periodo de su vida. Además, estos “choques”, no necesariamente similares, pueden producirse en otras ocasiones vitales, exigiendo de nuevo otro rediseño de su vida, de su configuración simbólica, de tal suerte que, la vida de una persona, por mor de tales acontecimientos, está siempre abierta a nuevas configuraciones, creencias, modos de vida, nuevos valores, etc.
Para estos golpes de la vida, -que sean positivos o negativos- Hans Joas utiliza el concepto de ‘autotrascendencia’. Son las experiencias, experiencias que muestran una dimensión fundamentalmente pasiva, experiencias en las cuales no se adoptan posiciones de acción. Por el contrario, se es secuestrado, (o atrapado, saisi en francés) por personas o por ideales
Continúa Joas en este texto soberbio y capital de su pensamiento, referenciando a Paul Tillich[3], para quién:
“tal fenomenología no puede limitarse solamente a las experiencias de autotrascendencia acompañadas de sentimientos entusiastas. Debe dejar espacio también, a las experiencias del miedo, en las cuales el hombre deviene consciente de su propia vulnerabilidad y finitud, que sea con ocasión de la enfermedad o del miedo a morir, el sufrimiento y la pérdida de seres queridos; también a las experiencias en las cuales el mundo pierde, para nosotros, lo que nos estimula a la acción, por lo que caemos en la depresión frente a la ausencia de sentido de nuestra experiencia; en las experiencias, en fin, en las cuales el sentimiento de falta por las acciones cometidas u omitidas, nos priva de nuestra comprensión de nosotros mismos como seres morales».
Apuntemos también que estamos ante la formación de un ideal solamente cuando una experiencia de lo sagrado recibe un carácter ético, y que ese contenido ético puede ser abstraído en una forma articulada de la intensidad vivida en esa experiencia sobre un modo pre-reflexivo»[4], esto es, no motivada por el actor social, bien al contrario, este queda impregnado, atrapado (être saisi) por la experiencia que está viviendo- o que ha vivido.
Punto 4. Sobre “ser atrapado” por las experiencias de autotrascendencia
“Être saisi”, es una expresión francesa que, en el Larousse de la lengua, tiene dos acepciones, similares: “quedarse paralizado por la sorpresa” y “quedarse repentina y fuertemente afectado por un sentimiento, por una emoción“. Se trata, pues, de una experiencia fuerte, impactante. Pone, como ejemplos, el diccionario francés, “quedarse sin habla” y “sentir pánico”. En este sentido, lo que subraya Joas en la lectura que hace de las experiencias vividas y que pueden estar en el origen de lo religioso, es la de “ser atrapado” por algo que es externo a la persona. Es, prácticamente, lo contrario del planteamiento de Feuerbach.
En efecto, Hans Joas (en realidad su traductor al francés, Jean- Marc Tétaz, que lo es también de otras obras de Joas, luego le conoce bien) aplica este término a las experiencias que etiqueta de auto transcendencias, que tienen, de entrada, dos notas importantes a retener: son experiencias extra -cotidianas (aunque sucedan en su vida ordinaria) y son experiencias que provienen de fuerzas externas a su persona, esto es, no son el resultado de proyecciones propias de situaciones de ansiedad, miedo, júbilo, por ejemplo, cuando el equipo de sus colores marca el gol definitivo[5].
Punto 5. De la experiencia colectiva a la individual. De la distinción entre la autotrascendencia y la interpretación personal de la misma
En este punto debemos hacer un alto. Cuando Joas escribe que “la forma en la que nosotros articulábamos hasta ese momento nuestra experiencia nos puede parecer, de pronto, inadecuada” y que “las interpretaciones públicamente disponibles pierden la plausibilidad que podían tener” nos da unas evidentes pistas para afrontar la realidad que vivimos en estos momentos, tanto en la fe personal de los creyentes como en la lectura que hacen de lo religioso las instituciones, como la Iglesia Católica. Yo añadiría que nuestra fe está en búsqueda y en actitud de escucha, en oración de escucha de las manifestaciones de Dios que como nos recuerda Calasso. …….
Escribe Joas que “en las experiencias que yo he ensayado de identificar y en los compromisos que proceden de esas experiencias, se encuentran profundas fuentes de nuestra fuerza de vida y de nuestra disponibilidad a controlar y a diferir nuestros deseos y nuestras necesidades corporales inmediatas. El sacrificio al menos de nuestro confort, pero quizás también importantes ventajas, incluso de nuestra existencia entera puede presentársenos, entonces, del todo punto sensatos. Por muy reducido que sea nuestro espacio en el universo, nosotros podemos tener el sentimiento de ser portadores de una significación, de ser en nuestra individualidad, la parte única de un todo, llamada a jugar un papel específico y, pese a los riesgos constantes a los que estamos expuestos, sentirnos legitimados a tener confianza en un orden que nos lleva (“dans un ordre qui nous porte).
Debemos siempre partir de los fenómenos que tratamos de analizar, esto es, de las experiencias que dan lugar a la autotrascendencia, experiencias de universalidad antropológica, pero no limitadas a las experiencias religiosas, pues pueden ser profanas o seculares. Pero es evidente que lo sagrado tiene un gran poder sobre la vida y las acciones de los humanos.
Breve comentario personal al trabajo de Joas
La tesis final de Joas, me parece sumamente sugerente y comulgo básicamente con ella. Joas parte de las experiencias vitales de las personas, situadas históricamente, luego contextualizadas. Pero conviene añadir, inmediatamente, que no excluye, en absoluto, lo que los creyentes podemos denominar como una “revelación” o “una “llamada” divina. No veo razón alguna para rechazar el testimonio, por ejemplo, de las personas consagradas, que refieren haber sentido tal llamada en su vida, y mantenida en el tiempo, aún con dudas.
En el libro Les Pouvoirs du sacré, observo y constato algunas fallas, deficiencias o lagunas que creo debo subrayar. La primera y fundamental es consecuencia de la impronta intelectual, centrada en el conocimiento y estudio de lo religioso, en la superación de la tesis weberiana que, si se aceptara, conlleva al arrinconamiento, cuando no a la desaparición racional de lo religioso. Esta tesis, muy frecuente en nuestros días, envía a la basura de la historia la religiosidad de las personas. Pero Joas, en las páginas finales de su libro, tras haber mostrado su tesis del carácter innovador, creador y discontinuo de lo religioso, nos ofrece unas apretadas páginas del poder de la religión (haciendo honor al título de su libro) en la realeza, en la sociedad y en las personas, después del periodo axial, luego también en nuestros días.
Joas apenas da importancia al fenómeno de la “transmisión” de la fe y de las creencias y se centra y concentra, casi exclusivamente, en las experiencias meta-empíricas de los humanos. Experiencias personales y, con mayor acento, colectivas. Lo que no niego, menos aún rechazo, pero no creo que quepa dejar arrinconada la transmisión – o no transmisión de la fe – en la construcción que cada cual se haga de su ecuación religiosa.
En efecto, la transmisión puede crear un “habitus” (Peter Berger en “Cuestiones sobre la fe”[6]), que con la experiencia y la reflexión adultas puedan dar un sentido, un empuje y un arrastre hacia la religión. Aquí la forma como Paul Ricoeur presenta su cristianismo me parece más completa. Recuérdese. Escribe Ricoeur: “mi cristianismo es consecuencia de un azar convertido en destino gracias a una deliberación continuada”. Es un “absoluto relativo”. Mi acuerdo con Ricoeur es total.
Javier Elzo
Catedrático Emérito de la Universidad de Deusto
Donostia- San Sebastián, junio de 2023
[1] “Les pouvoirs du sacré” o. c. p 189-190
[2] Ibid., p. 292
[3] Paul Tillich, “Le courage d´être“, Labor et Fides, Genève 2014, pp.70-85. Hay traducción al castellano reciente, Avarigani editores 2018, 204 páginas
[4] Ibid., p. 296
[5] Escribí estas líneas coincidiendo con el final de la Copa del Rey, entre el Athletic y la Real Sociedad, el 3 de abril de 2021. Escribí un artículo en el que utilizaba el concepto de sacralidad secular o sacralidad laica, para explicar la pasión y apego de muchos aficionados a su equipo y la exaltación o decepción cruel que sufren según quien meta el gol y quien gane el partido.
[6] Herder 2006