[Jaime Tatay, SJ] Tom McLeish, en su doble condición de físico y teólogo, es uno de los académicos contemporáneos que ha reflexionado con más profundidad sobre la relación ciencia-teología. En su ensayo Faith and Wisdom in Science (2014), tras una detallada investigación de los fundamentos bíblicos de la teología de la naturaleza, plantea la pregunta por legitimidad y la necesidad de elaborar una “teología de la ciencia” (p. 166-212) basada en la idea de la reconciliación y en la posibilidad de un “sacerdocio universal” entendido como una misión conjunta —científica y religiosa— de sanación y restablecimiento de la relación humana con la naturaleza.
Aunque su ensayo adquiere en algún momento tintes apologéticos —por ejemplo, al cuestionar los planteamientos de Dawkins, Dennett y Hitchens— su objetivo es principalmente constructivo y propositivo. Buen conocedor del establishment académico, el profesor de la Universidad de Durham denuncia la elevada especialización del sistema universitario y su creciente fragmentación en sub-disciplinas, así como la fuerte presión por publicar que hacen difícil el trabajo interdisciplinar y la reflexión profunda. En este sentido, argumenta, la investigación académica necesita —como tantas otras instituciones de nuestra sociedad— ser sanada y reconciliada. Necesita redescubrir la “sustancia contemplativa de la ciencia” (p. 228) y aspirar a la sabiduría, no sólo al conocimiento especializado y la aplicación técnica.
Aquí es donde la multisecular reflexión teológica resulta iluminadora y no puede descartarse de un plumazo por parecer dogmática, irracional o anacrónica. De hecho, una lectura detallada de muchos pasajes de la Biblia —y la interpretación teológica de los mismos— revela el carácter práctico, no puramente especulativo o simbólico, de sus reflexiones, en sintonía con el deseo de exploración de la realidad que caracteriza tanto a la empresa científica como al espíritu religioso. La literatura sapiencial —y en particular el libro de Job al que presta una especial atención— reflejan la importancia de plantear las preguntas adecuadas, un hábito intelectual que resulta también vital en la empresa científica (la clarificación de la pregunta de investigación). Un hábito intelectual que la meditación de los textos bíblicos ayuda a desarrollar.
La ciencia no es para McLeish un invento moderno, sino “un antiguo proyecto cultural” (p. 55) que hunde sus raíces en la experiencia espiritual de la humanidad. El carácter narrativo de la ciencia refleja, además del hábito interrogativo, otro elemento de convergencia —o resonancia— entre los dos acercamientos a la realidad. Quizás por ello las historias de la Escritura y muchos episodios recientes de la historia de la ciencia podrían ser presentados como un relato, a modo de díptico, “para que las antiguas y modernas narrativas de la naturaleza tengan espacio para hablar entre ellas” (p. 73). Dicho de otro modo, las biografías de los científicos y la intrahistoria de los descubrimientos científicos muestran paralelismos que conviene explorar.
Quizás por ello también la ciencia y la teología (McLeish opta por el término académico teología en lugar de la categoría cultural de religión) no pueden limitarse simplemente a establecer fronteras y delimitar sus respectivos territorios con el fin de evitar injerencias ilegítimas o potenciales conflictos: “Porque tanto la ciencia como la teología pretenden no sólo poder hablar de algunas cosas que la otra también hace, sino que cada una, por su naturaleza, exige hablar de todo” (p. 213). Frente a quienes plantean que la relación entre la ciencia y la teología debe ser expresada en términos de “conflicto” (R. Dawkins) o “separación” (S. J. Gould), McLeish defiende la posibilidad de un diálogo fructífero o enriquecimiento mutuo entre ambas racionalidades. Es más, igual que es posible una “ciencia de la teología” también es factible una “teología de la ciencia”. Y ese es precisamente el proyecto que trata de esbozar en su ensayo.
Sin mencionarla, McLeish parece tener en mente la tantas veces citada carta de 1988 de Juan Pablo II al P. George Coyne, SJ, Director del Observatorio Vaticano:
“La ciencia puede liberar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, un mundo en el que ambas pueden florecer”.
Un mundo reconciliado es uno en el que la ciencia y la religión (la teología) se liberan y purifican de errores e idolatrías. Pero sobre todo es uno en el que colaboran para restablecer las múltiples rupturas de nuestro tiempo. Ese es el “ministerio de reconciliación” (p. 209) conjunto al que están llamadas, un ministerio que puede ayudar a sanar nuestras maltrechas relaciones humanas, nuestra creciente fragmentación disciplinar y nuestra destructiva relación con la naturaleza.
Tom McLeish, Faith and Wisdom in Science (Oxford University Press, 2022).
Recensión publicada en Razón y fe, donde puede descargarse en PDF.