Racionalidad vs Irracionalidad (parte VI)

(Por Adolfo Castilla) Seguimos refiriéndonos en esta nueva entrega a Wittgenstein y a su dedicación a la filosofía del lenguaje. Se trata de una forma adicional de irracionalismo que evita entrar en el mundo de las ideas innatas y del espiritualismo en general. Algo así como decir que no existen las ideas sino las palabras. O, como dice él mismo, “sobre lo que no podemos hablar debemos de guardar silencio”. De la mano de este autor entramos en la actividad de los pensadores de finales del siglo XIX y primera parte del XX, relacionada con el neopositivismo y el Círculo de Viena y con la filosofía de la ciencia en general. De nuevo, una forma de evitar el pensamiento sobre lo más profundo de nuestra mente.

 

Wittgenstein como metafilósofo

Todo lo indicado en el artículo anterior sobre la última etapa reflexiva de Wittgenstein está relacionado con el lenguaje y pretende explicar el funcionamiento de la lógica, indicando que ésta es la estructura sobre la cual se levanta nuestro lenguaje descriptivo y todo nuestro mundo. Wittgenstein es un metafilósofo o un filósofo del lenguaje. El lenguaje es lo que permite describir el mundo, hasta el punto de que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, como dice en su libro.

Pero, en ese proceso de describir el mundo, incluida la ciencia, distingue entre cosas y hechos, es decir, las cosas están relacionadas con algo más. “Sobre la mesa hay un libro”, sería un hecho y el mundo es el conjunto de los hechos que acontecen o pueden acontecer, es decir, “el estado de las cosas”. A continuación, habla de las proposiciones que representan, o configuran, es el “estado de las cosas”. Las proposiciones no son otra cosa que concatenaciones de nombres, siempre relacionados con los hechos, y éstos, a su vez, con las cosas. Es lo que se ha llamado la “teoría figurativa del lenguaje”, según la cual las proposiciones copian el mundo real, y a través de ellas se puede analizar dicho mundo. Las proposiciones, a su vez, pueden ser verdaderas o falsas.

Dichas proposiciones, por otra parte, tienen que ser verificables, ya que si no lo son constituyen un uso impropio del lenguaje. “Dios ha muerto”, por ejemplo, es una proposición no verificable y representa un uso injustificado del lenguaje. O, dicho de otra forma, lo que no se refiere a hechos reales no se puede expresar en palabras, y de ello deduce, que toda la filosofía occidental es un discurso académico generado por un uso incorrecto del lenguaje. Cree, en este sentido, que el papel de la filosofía es establecer los límites del lenguaje y que ante lo que no se puede plasmar en el lenguaje, es decir, en proposiciones verificables, lo mejor es guardar silencio. Con la particularidad, además, de que esa parte del hombre de la que no se puede hablar, parece ser para nuestro autor la más importante.  Reconocimiento, una vez más, de las cuestiones intrínsecamente inescrutables de nuestro mundo y nuestra existencia.

Unas propuestas, las de no hablar del espíritu, demasiado taxativas y rígidas, que, no obstante, captaron rápidamente la atención de los neopositivistas del Círculo de Viena.

Su segunda etapa en Cambridge

En su segunda etapa, relacionada con sus trabajos sobre, Investigaciones filosóficas, Wittgenstein se hace más pragmático y matiza en cuanto a lenguaje en el sentido de que el lenguaje científico no es el que utilizamos en nuestras conversaciones cotidianas. Si no analizamos el lenguaje ordinario y diario no podremos entender el mundo.

A continuación, entra en lo que llama “juegos del lenguaje”, es decir, que el lenguaje corriente está muy relacionado con las formas diversas de utilizar el lenguaje en la práctica de un grupo de personas y está muy relacionado con el contexto en el que se utiliza. Por mucho que analicemos dicho lenguaje no lo interpretaremos bien ya que nosotros formamos parte del juego.

Añade además el concepto de “parecido de familia” para describir las similitudes y diferencias que puede haber en un mismo lenguaje. La existencia de tales diferencias en el lenguaje lo lleva a concluir que no existe tal cosa como el mundo platónico de las ideas.

Lo cual, a su vez, dirige a la filosofía analítica, al concluir que, “dios”, “justicia” o “verdad”, son en primer lugar palabras creadas por los hombres y que lo primero a llevar a cabo es el análisis de sus significados. No tiene sentido reflexionar por lo que denotan esos nombres. La filosofía analítica es una filosofía del lenguaje que se interesa por el significado de dicho lenguaje antes que por lo que cada “cosa es”.

Al final, y si buceamos en la influencia del pensamiento de Wittgenstein, llegamos a la conclusión, de que, la tuvo, pero de una forma que parece algo simplista.

Los neopositivistas lo utilizaron para “arrimar el ascua a su sardina”, en su intento de desterrar cualquier conocimiento que no tenga que ver con la demostración científica y con la abolición de toda referencia al espíritu o a lo absoluto.

En segundo lugar, contribuyó a potenciar el pragmatismo y a profundizar en el abandono de la metafísica.

Y, en tercer lugar, y en un sentido más positivo, tuvo gran influencia en temas como la “filosofía de la mente” en la que entraron y entran en la actualidad los filósofos analíticos. Los juegos del lenguaje pertenecen a una colectividad, pero, ¿qué pasa con conceptos y sentimientos solo existentes en el interior de las personas?

Unos comentarios más sobre el papel de la filosofía

Más importante que esas cuestiones de influencias e impacto, las cuales hay que concluir que son imprecisas, no se basan en relaciones biunívocas entre lo que un autor dice y otro interpreta, y dependen mucho de las intenciones de los que vienen detrás, es lo útil que pueden resultar las disquisiciones, lenguajes y vocabularios de los filósofos en la vida de las personas corrientes.

¿Es imprescindible para la vida de un profesional serio, instruido y curioso, por ejemplo, un médico, saber lo que dijo Wittgenstein? ¿Es importante saber algo de la evolución histórica del pensamiento y la reflexión?

Parece que no, dicho de una forma general, pues hay infinidad de personas que jamás han entrado en ese mundo, pero los que hemos dedicado muchos años a la formación y a la instrucción personal, sentimos curiosidad por muchas cosas. Unos somos sensibles a la literatura, otros a la música, otros a la pintura, otros a la ciencia, por supuesto, y otros, por fin, a la filosofía. En todos los casos, practicar esas materias y saber de ellas constituye una satisfacción personal, a veces muy profunda, como ocurre, por ejemplo, con la música, por ser una sensación directa. Para muchos de nosotros vivir está relacionado con el sentir y con el saber. No sabríamos qué hacer si esas experiencias desaparecieran, y nos imaginamos que en ese caso lo que desaparecería sería el hombre.

Disfrutar de ellas, por otra parte, no es automático, está muy relacionado con el esfuerzo de conocimiento de las mismas que seamos capaces de poner en marcha. Parece mentira, pero disfrutar de algo como la pintura o la música, a las que además accedemos todos los hombres directamente por nuestros sentidos, depende mucho del conocimiento y la experiencia que tengamos en ellas. Lo cual es todavía más claro en el caso concreto de la filosofía, en el que su disfrute no nos viene por el oído o la vista. Necesitamos leer, estudiar, escuchar, hacer uso de profesores y muchas cosas más, pero el resultado es indescriptible.

Recientemente he conocido a una persona madura, ingeniero de profesión, que me ha confesado que él no había leído en su vida ningún libro de ningún tipo. Solo los apuntes necesarios para aprobar las asignaturas de su carrera.

Me ha insistido en ello, ni novelas, ni bestsellers, ni nada de nada. Jamás, por supuesto, había comprado un libro y todavía más, le resultaba muy extraño que su mujer se fuera a la cama con un libro entre las manos. A pesar de sus 50 años, o así, no sabía lo que era leer ni encontraba en ello el más mínimo atractivo. El gran Mingote se refirió a ello en más de una viñeta, pero en una que recuerdo muy bien, se veía a una señora diciendo, “será tonto mi marido, se ha olvidado de que tenemos televisión y se ha comprado un libro”.

Uno sabe que hay altos porcentajes de la población mundial ajenos al mundo del conocimiento y de la formación, pero tendemos a creer que se debe siempre a lo desigual e injusto que es nuestro mundo al no dar a todos las mismas oportunidades.

No sabíamos, francamente, que había profesionales tan ajenos a los conocimientos. La verdad es que no le pregunté si le ocurría lo mismo con otras experiencias psíquicas o espirituales del hombre. A lo mejor es un enamorado de la música clásica. Le preguntaré la próxima vez que lo vea.

A mí, que me han echado los libros de todos los sitios en los que he vivido, y que ni mi mujer ni mis hijos saben qué hacer con los libros por todos las estancias, pasillos y rincones, de nuestro domicilio actual, la confesión de este hombre me resultó increíble. No podía imaginar un caso así en un profesional universitario.

Neopositivismo, Círculo de Viena y filosofía de la ciencia

Pero, entremos ya en el neopositivismo, y antes, desde luego, hagamos una referencia breve al positivismo.

Tal movimiento pertenece al siglo XIX y está muy localizado en la labor de personajes como Henri de Saint-Simon (1760 – 1825) y Auguste Comte (1798– 1857), en Francia, y John Stuart Mill (1806-1873), en Inglaterra.

En cualquier diccionario se pueden encontrar dos acepciones para este término. 1) Teoría filosófica que considera que el único medio de conocimiento es la experiencia comprobada o verificada a través de los sentidos. Y 2) Actitud realista y práctica de una persona ante la vida.

En el terreno de las ideas y del pensamiento, es “una corriente filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico y que tal conocimiento solo puede surgir del método científico”.

Sus seguidores querían, como muchos otros, deshacerse de la metafísica, a la que consideraban una pseudociencia, y de muchas otras materias que se habían ido abriendo camino en el mundo. Es curioso porque Auguste Comte es, a su vez, el padre de la sociología, disciplina relativa al conocimiento de la sociedad, que él interpretó como una ciencia pura que debía utilizar el método de las ciencias naturales.

Se buscaba un monismo metodológico, es decir, una única manera de adquirir conocimientos que era, sencillamente, la aportada por la ciencia y por su método científico.

El origen de estas ideas, tan radicales, se ha puesto de nuevo, en el empirismo inglés, en la Revolución Francesa, en la revolución científica y en el deslumbramiento que todo ello produjo en los ilustrados. La Ilustración, como venimos diciendo, tuvo mucho que ver con ese sueño racionalista y materialista que se extendió por el mundo justo a finales del siglo XVIII.

Los positivistas, con Comte a la cabeza, dijeron que, en la historia del pensamiento humano, habían existido tres fases: 1) la teológica o mágica; 2) la metafísica o filosófica en la que el hombre cree en las ideas; y 3) la científica o positiva, que es la definitiva.

Muy pronto se produjo en el mundo un anti-positivismo que rechazó el empirismo y el método científico en relación con los conocimientos sociales, la filosofía y las humanidades.

En esas estamos, en los vaivenes del pensamiento de los hombres, y en su radicalidad periódica. En que se adscriben a una interpretación exclusiva o a otra. En el largo periodo del que venimos hablando, siglos XVVII, XVIII, XIX y XX, en Europa, el problema viene guiado por la obsesión por la ciencia y su método. Los hombres han deseado que toda materia, o disciplina, fuera científica y todo pensamiento estuviera sometido al método científico.

Nuevo interés por el positivismo

Tras las obras de Russell, Moore, Wittgenstein y otros filósofos analíticos, volvió a Europa, con particular referencia a algunos centros de estudio, la obsesión por el positivismo. El más destacado de dichos centros fue el Círculo de Viena (Wiener Kreis, en alemán), creado en dicha capital austriaca en 1922 por el filósofo, Moritz Schlick (1882 – 1936). Profesor de filosofía de la Universidad de Viena, altamente bien considerado por su colegas y contemporáneos por su humanismo, buena voluntad, gentileza, y especialmente su coraje.  Lo cual no importó para que fuera vilmente asesinado por uno de sus antiguos alumnos en las mismas escaleras de entrada a la Universidad en junio de 1936. Fue un acto injusto dentro del deslumbramiento de Austria ante el nazismo, y eso sin que Schlick tuviera ascendencia judía alguna. Su asesino salió pronto de la cárcel y se transformó en una “causa celebre”, una más, de las muchas vergonzosas actuaciones de las autoridades de la época.

El Círculo despareció tras la muerte de Schlick, no solo por ello, sino porque gran parte de sus componentes huyeron de Alemania y Austria. Se disolvió, diríamos, aunque gran parte de sus componentes continuaron con su actividad y su enfoque en otras partes del mundo, fundamentalmente en los Estados Unidos.

Gran parte de sus componentes habían estudiados física y otras ciencias, por ejemplo, el mismo Schlick, estudió entre otros con Max Planck en la Universidad de Berlín.

Fueron miembros destacados del Círculo, grandes personajes como, Friedrich Waisman (1896 – 1959), Otto Neurath (1882 – 1945), Rudolf Carnap (1891 – 1970), Herbert Feigl (1902 – 1988), Kurt Gödel (1906 – 1978) y muchos otros, si se consideran los que se adscribieron en varias partes del mundo a las ideas del Círculo. Los miembros iniciales se impresionaron con el Tractatus de Wittgenstein al que invitaron y trataron de atraer muchas veces al Círculo, sin conseguirlo.

Existen varios nombres relacionados con el neopositivismo, desde empirismo lógico, como le gustaba denominarlo a Schlick, a positivismo lógico, empirismo racional, o el propio de neopositivismo. Todos ellos se refieren a la lógica de la ciencia, considerando a la filosofía como una disciplina auxiliar encargada de distinguir entre lo que es ciencia y lo que no lo es, y de la posible elaboración de un lenguaje común a todas las ciencias, que debería ser, o basarse, en el lenguaje de la física.

“La filosofía del Círculo de Viena aboga por una concepción científica del mundo, defendiendo el empirismo de David Hume, John Locke y Ernst Mach, el método de la inducción, la búsqueda de la unificación del lenguaje de la ciencia y la abolición de la metafísica en el ámbito científico”.

Crítica a Kant

Schlick mismo, fue un crítico del conocimiento sintético a priori de Kant, al que nos hemos referido ya.

“Su crítica al conocimiento sintético a priori pone énfasis en que las únicas verdades auto-evidentes a la razón son proposiciones que son verdaderas por definición, tales como las proposiciones de la lógica formal y de las matemáticas. La condición de verdad del resto de proposiciones debe ser evaluada en referencia a la evidencia empírica. Si se propone una proposición que no sea cuestión de definición y que no pueda ser confirmada o refutada por la evidencia, se trata por lo tanto de una proposición «metafísica», lo cual es sinónimo de «carente de significado»”.

A grandes rasgos, la victoria del cientificismo que se buscaba desde el siglo XVIII, tuvo lugar con el Círculo de Viena, aunque duró poco como escuela de pensamiento, debido a las circunstancias explicadas.

Hubo muchos seguidores de las posiciones defendidas por el Círculo, además de los miembros originales mencionados. Por ejemplo, Olga Hahn-Neurath (1882-1937), Hans Hahn (1879 – 1934), Philipp Frank (1884 – 1966), Alfred Jules Ayer (1910 – 1989), o Carl Hempel (1905-1997).

52.- Sería destacable, entre todos los miembros del Círculo, la figura de Rudolf Carnap (1891 – 1970). Estudió e hizo su primera tesis doctoral en Física en la Universidad de Jena, pero también parece que estudió a fondo en sus tiempos de universidad, la Crítica de la razón pura, de Kant y otras obras filosóficas. Puesto que su primera tesis fue considerada muy “filosófica” por el departamento de Física, y muy “física” en el departamento de Filosofía, escribió una segunda, más centrada en la obra de Kant.

Tenemos el mismo esquema ya indicado, físicos y científicos interesados en la filosofía. Fue el caso de uno de sus colegas y amigos, Hans Reichenbach (1891 – 1953), físico, filósofo y lógico alemán que ha sido considerado como uno de los mejores filósofos de la ciencia. Fue el que introdujo a Carnap en el Círculo de Viena. Tenía muchas relaciones con dicho Círculo y con Schlick, aunque él mismo había formado previamente el llamado Círculo de Berlín. Como otros muchos científicos y filósofos alemanes emigró a los Estados Unidos.

Críticas al Círculo de Viena

Carnap fue un participante muy activo del Círculo de Viena, estuvo muy influido en sus años de preparación, como es lógico, por Bertand Russell y Wittgenstein, y entró pronto en el estudio del lenguaje y en la semántica. Esto último a partir de su colaboración con el filósofo, lógico y matemático polaco Alfred Tarski (1902— 1983).

Fue muy prolífico e influyente, primero en Alemania y después en los Estados Unidos adonde emigró en 1935. Entre sus libros cabe mencionar, La estructura lógica del mundo, Pseudoproblemas de filosofía y Sintaxis lógica del lenguaje, aunque, como digo, su obra fue muy extensa.

Además de los avances de la ciencia previos, a principios del siglo XX se produjeron descubrimientos como la mecánica cuántica y la relatividad, así como nuevas áreas de conocimientos como el marxismo y su materialismo histórico y el psicoanálisis y su énfasis en el inconsciente, que querían, estas dos últimas materias, ser consideradas como ciencias. A Carnap le interesó mucho lo primero y no le gustó en absoluto lo segundo. Se preocupó en relación con esos avances científicos, por las características que hacen científica a una teoría, o un área de conocimientos, y por los criterios que permiten distinguir lo que puede ser o no ser demostrado por los experimentos. La verificabilidad fue un tema de interés en aquellos tiempos y Carnap uno de los más interesados en esta cuestión.

Entró, como tantos otros en su época, en el tema de ¿qué es la verdad?, pregunta que para él no es científica porque no puede ser demostrada. Volviendo a caer en la inutilidad de la filosofía y en el absurdo, según ellos, de la metafísica. Los eslóganes de la época, que son los del positivismo lógico, fueron del tipo siguiente: ”el papel de la filosofía es analizar el lenguaje, para todo lo demás confiemos en los científicos”;  “la filosofía tradicional es un saber engañoso, no es experimental ni observable”; “los resultados de las ciencias naturales no engañan porque pueden ser comprobados por cualquiera”.

Hoy llamamos a esto radicalismo científico, totalitarismo de la ciencia e, incluso, ideología científica. Muy pronto se comprobó que una demostración hoy puede ser corregida mañana totalmente, con otra demostración. La mayor parte de los hechos científicos han sido revisados con el tiempo.

Otros miembros del Círculo de Viena

En estas cuestiones entraron también otros pensadores como Carl Gustav Hempel (1905-1997), el muy conocido Karl Popper (1902-1994) y el famosísimo, durante unos años, Thomas Kuhn (1922 – 1996).

El primero fue miembro destacado del Círculo de Viena, que emigró a Estados Unidos, como tantos de sus compañeros, y se nacionalizó estadounidense. Publico obras importantes en el terreno del que hablamos como, La explicación científica (1965), Mente y cosmos (en colaboración con otros autores, 1966) y Fundamentos de la formación de conceptos en ciencia empírica (1988).

El segundo aportó la idea de “falsabilidad”, la cual partía de una crítica parcial al neopositivismo al considerar que no todo lo verificable es científico. Con el tiempo aparecen excepciones y surgen demostraciones contrarias. Según Popper una teoría debe ser considerada como provisionalmente verdadera hasta que no sea refutada, falseada o falsada. Por otra parte, la pseudo ciencia no puede ser falseada porque se basa en intuiciones y sensaciones.

Popper fue notable e influyente como filósofo de la ciencia, pero su fama es probable que proceda más de sus escritos sociales y políticos y de su defensa de la democracia liberal. Habló de la “sociedad abierta” y de la conveniencia de conciliar el conservadurismo, el liberalismo y la socialdemocracia. Su libro, La sociedad abierta y sus enemigos, en el que critica tanto al nazismo como al marxismo, es hoy en día un clásico mundial. Otros de sus libros famosos son, La Miseria del historicismo, en el cual ajusta cuentas con, La miseria de la filosofía, de Marx y se chotea de la, Filosofía de la miseria, de Proudhon.

Muy pronto, su idea de falsabilidad, fue atacada y desmontada por Thomas Kuhn, el cual publicó en 1962, su influyente libro, La estructura de las revoluciones científicas. Este filósofo de la ciencia e historiador norteamericano, dijo, para empezar, que muy pocos científicos habían utilizado la “falsabilidad” a lo largo de la historia de la ciencia, y explicó que lo que ocurre en realidad es que la ciencia ha avanzado a través de “paradigmas”, o concepciones generales, de cómo son las cosas, que dominan la mentalidad de cada época.

Dice que la ciencia no avanza de una forma continuada, sino más bien, a saltos y con discontinuidades de distinta duración. Lo explica acudiendo a la historia y a los casos conocidos como el “cambio de paradigma” del geocentrismo al heliocentrismo, o el abandono de la física de Newton por la adopción de las interpretaciones de la relatividad de Einstein.

Es muy importante en sus estudios históricos el hecho de que durante algún tiempo no entendía los supuestos errores en los que habían caído en sus épocas Aristóteles o Galileo. Fue el estudio de la hermenéutica y la consideración de que los hombres dependen mucho del desarrollo temporal de su mente y de sus ideas, lo que lo llevó a sus concepciones sobre la historia de la ciencia.

En sus últimos años abandonó la idea de los paradigmas, término que, sin embargo, se hizo popular hasta la saciedad y el cansancio en el mundo de la empresa y la sociedad. Como he dicho en alguna otra ocasión, el “cambio de paradigma” llegó a ser para algunos, sinónimo del cambio de sábanas por la mañana al hacer la cama.

Se centró en lo que parece que fue lo más permanente en su pensamiento, el problema de la “inconmensurabilidad teórica” aplicada a la ciencia, es decir, “la imposibilidad de comparación de dos teorías cuando no hay un lenguaje teórico común”.

 

Artículo elaborado por Adolfo Castilla, doctor en Ingeniería, catedrático de economía aplicada, y colaborador de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.

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