La Virosfera: ¿una nueva “capa” en las fronteras de la Tierra?

(Miguel Luque Naranjo) Durante las últimas semanas se están celebrando las “Jornadas Ciencia y Religión ante la pandemia del COVID-19”, y en las cuales se han presentado hasta el momento dos paneles de diálogo moderados por Jose Manuel Caamaño, director de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión. Un año más tarde del inicio de la declaración del estado de alerta y del confinamiento de los ciudadanos (en marzo de 2021), sufrimos aún las consecuencias de la pandemia. Los virus han tomado un poder sobre toda la humanidad que hacen pensar que una nueva “capa” emerge en la complejidad de nuestro planeta. Los científicos empiezan a hablar de “virosfera”. ¿Significa una nueva frontera para la humanidad? ¿Emerge un nuevo paradigma global?

 

En las “Jornadas Ciencia y Religión ante la pandemia del COVID-19” (febrero-marzo de 2021) se han tocado los aspectos científicos, sociológicos, éticos y teológicos del impacto del coronavirus en la sociedad. Desde un punto de vista teológico, en la sesión del día 4 de marzo, dialogaron sobre la teología ante la pandemia y el necesario diálogo ciencia-religión. Iniciamos este artículo con una visión general de las Jornadas que nos abren a nuevas perspectivas científicas con implicaciones sociales y religiosas.

 

La pandemia y la teología

El teólogo Ángel Cordovilla marcó la segunda jornada del diálogo ‘Ciencia y Religión ante la Covid’, organizada por la Cátedra Francisco de Ayala de Comillas. El profesor Lluis Oviedo (de la Universidad Pontificia- Instituto Antonianum de Roma) expuso los resultados de un estudio mundial sobre el impacto religioso del virus. Se preguntó a miles de personas de todo el mundo si durante la pandemia se habían sentido más religiosos. Por lo general, todos los entrevistados declararon haber intensificado sus sentimientos religiosos. Los que se manifestaban más impactados eran los norteamericanos: el 27% de los ciudadanos USA declaraban sentir más vivos sus sentimientos religiosos en esta época de crisis. Y el segundo colectivo de la escala era el de los españoles: el 14% de los entrevistados en España reconocían que se han sentido más religiosos en estos meses de confinamiento.

El profesor Lluis Oviedo  comenzó preguntándose si “¿todavía la fe cristiana ayuda a mejorar la vida de las personas?”, pues “hasta que la teología no aprenda a convivir con la ciencia, en lugar de ignorarla, a ajustar nuestro discurso a la mentalidad científica, será difícil que adquiera relevancia”.

Por su parte, el profesor Ángel Cordovilla, declaró que “Dios está en la pandemia, pero no en el virus. El moderador de la reunión, José Manuel Caamaño, concluyó que “la cuestión que hoy nos planteamos es sobre los desafíos que la pandemia presenta tanto para el diálogo entre la ciencia y la religión como para la teología.

En el fondo se trata de preguntarnos dónde está Dios en medio de la pandemia”. “No podemos anteponer la ideología al bien de la persona”, recalcó el teólogo Cordovilla, quien denunció la “inoperancia de la política cuando ésta opta por anteponerse a la realidad de la gente que sufre”. “Dios está en la pandemia, pero no en el virus”.

Y añadió que “Dios no puede intervenir directamente en la historia de los hombres”, pues “Él ha creado un hombre libre y autónomo”. “Son las personas de carne y hueso las que han de aparecer en primer lugar”, y las que tienen que trabajar para salvar a todos, porque “la sociedad en sí no nos va a salvar”. Y “no podemos anteponer la ideología al bien de la persona”, recalcó el teólogo, quien denunció la “inoperancia de la política cuando ésta opta por anteponerse a la realidad de la gente que sufre”.

 

Las “capas” del planeta Tierra

Estas Jornadas de la Cátedra CTR de la Universidad Pontificia Comillas nos llevan a una reflexión sobre una idea que está comenzando a emerger en el mundo científico: ¿habrá que añadir otra “capa” al planeta Tierra, la Virosfera, añadida a las capas tradicionales que señalan los geógrafos, geólogos, biólogos y filósofos?

En el siglo XVII los filósofos naturales diferenciaban ya tres capas en la superficie del planeta Tierra. Por una parte, una capa consistente, pétrea y arrugada a la denominaban Litosfera (de lithos, piedra). Una capa líquida, fluida y a veces congelada, constituida por agua dulce o salada a la que llamaban Hidrosfera (de hidros, agua). Y una tercera capa igualmente fluida pero gaseosa que se situaba por encima de las anteriores a la que llamaban Atmósfera (de atmós, vapor)

En 1875 se incorpora otro término a la descripción de la Tierra: el de biosfera (bios, vida). El término fue acuñado por el geólogo Eduard Suess en 1875. Pero el concepto ecológico de biósfera se inicia en la década de 1920 con Vladimir I. Vernadsky, precediendo a la introducción en 1935 del término ecosistema por Arthur Tansley. La biosfera es un concepto de la mayor importancia en astronomía, en geología, en climatología, en paleogeografía, en evolución y en general, en todas las ciencias que tratan sobre la vida de la Tierra. Incluye a todos los ecosistemas, ya sean gigantes o extremadamente pequeños.

​Pero en 1926, el químico soviético Vladimir Vernadski elaboró la teoría de la noosfera como contribución esencial al cosmismo ruso. En dicha teoría, la noosfera es la tercera de una sucesión de fases del desarrollo de la Tierra, después de la geosfera (materia inanimada) y la biosfera (vida biológica). Tal como la emergencia de la vida ha transformado la geosfera, la emergencia de la cognición humana transforma la biosfera. En contraste con las concepciones de los teóricos de Gaia o de los promotores del ciberespacio, la noosfera de Vernadski emerge en el punto en donde el género humano, mediante la maestría en los procesos nucleares (energía nuclear), es capaz de crear recursos mediante la transmutación de elementos.

Concebía la Tierra como la superposición de cinco realidades integradas: la litosfera —entendida como esfera sólida de la Tierra—, la atmósfera, la biosfera, la tecnosfera —el resultado de la alteración producida por el hombre— y la noosfera —la esfera del pensamiento—. A la vez veía la historia del planeta como una evolución autónoma con tres etapas dominadas respectivamente por la evolución geológica, la evolución biológica y la evolución de la cultura. Observó la dependencia de la composición atmosférica con respecto a la actividad biológica, ofreciendo de la Tierra un concepto muy próximo al propuesto más tarde por James Lovelock con su hipótesis Gaia. Fue uno de los primeros científicos en reconocer el oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono de la atmósfera terrestre como resultado de procesos biológicos. ​

Vernadski dejó una nutrida estela de seguidores en la Unión Soviética, la cual constituyó una escuela separada. Su influencia en la ecología occidental se ha producido a través de algunos de sus discípulos, y de la traducción al inglés de dos de sus obras: Geoquímica (1924) y La biosfera (1926). Debe destacarse la influencia de sus nociones sobre Pierre Teilhard de Chardin Lyndon LaRouche, cuyo uso del concepto de noosfera deriva directamente del de Vernadski. ​

La teoría de la noosfera sería recogida más tarde por Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Teilhard explica la noosferacomo un espacio virtual en el que se da el nacimiento de la psiquis (noogénesis), un lugar donde ocurren todos los fenómenos (patológicos y normales) del pensamiento y la inteligencia.

Para Teilhard, la evolución tiene igualmente tres fases o etapas: la geosfera (o evolución geológica), la biosfera (o evolución biológica), la noosfera (o evolución de la conciencia universal). Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristosferaTambién entiéndase que la noosfera es el estado que conduce la energía liberada en el acto del pensamiento. Está a la altura de las cabezas humanas interconectando toda la energía del pensamiento y generando la conciencia universal.

Para Teilhard, la irrupción de la divinidad en el mundo por la encarnación introduce la cristificación de la Materia. La realidad natural y cultural ha sido “cristificada”, es decir impregnada de la dimensión divina. Es más: no solo impregnada, sino también transfigurada (con clara alusión a la Transfiguración de Cristo) y transubstanciada (en alusión a la Eucaristía). De este modo, Dios es en todas las cosas y desde la mirada de la fe se muestra en lo natural, lo cultural, lo científico y lo tecnológico “la Diafanía de la Divinidad en el Corazón de la Materia”.

Litosfera, Hidrosfera, Atmósfera, Biosfera, Noosfera, Tecnosfera, Cristosfera. Pero a estas siete “capas” simbólicas de complejidad se está añadiendo en la actualidad una octava “capa”: la Virosfera, el ámbito de la interacción desestabilizadora de los Virus en los procesos naturales, sociales, tecnológicos, culturales y espirituales.

 

La virosfera: ¿nueva “capa” de la Tierra?

En algunos ambientes científicos se comienza a hablar de la virosfera. Se suele considerar una nueva “capa” (en sentido metafórico) de la Tierra,  o el conjunto de todos los virus que alberga la Tierra que es aún terra incognita para la ciencia.

Y como veremos hoy, resultará prácticamente imposible entender el funcionamiento del sistema global de la vida hasta que comprendamos el papel que estos diminutos “organismos” (en sentido figurado) desempeñan, tanto en la evolución como en la dinámica de la biosfera.

Es apasionante ahora considerar –desde el punto de vista de la paleobiología- el papel que estas diminutas porciones de ADN encapsuladas han podido jugar en la compleja evolución de nuestro planeta.

El ciudadano tan solo es informado de los virus cuando estos generan enfermedades y pandemias, demonizándolos por ser extremadamente peligrosos, como también solía hacerse antaño con las bacterias. Empero desde estas últimas hasta (y sin excepción) los animales superiores se encuentren preñadas de numerosas especies víricas, la mayoría de las cuales no causan daño alguno, y tal vez desempeñan un papel de vital importancia.

¿Y en los suelos? ¿Qué papel han jugado y juegan los virus en la construcción de los complejos sistemas microbianos que constituyen el objeto de la edafología? Más de lo mismo. Todos los organismos del suelo, desde las más minúsculas arqueas y bacterias albergan estas formas de ¿vida? en su interior, por lo que si extendemos a las mismas el concepto de especie, la virosfera podría ser considerada la reina de la biodiversidad edáfica. Si un gramo de suelo posee 40 millones de bacterias, tenga la total seguridad que también atesorará cientos de millones de virus.

 

La activa vitalidad de los virus

Debemos, adicionalmente tener en cuenta que parte de su material genético se incorpora a los genomas de sus huéspedes generando un flujo horizontal de genes que, tal vez, conecte “de alguna forma”, todo el árbol filogenético a modo de gigantesca red, corroborando entonces nuestra visión previa de la vida reticulada y su evolución a lo largo de la historia de la Tierra.

Nosotros mismos, nuestros genomas, son también en parte víricos, es decir algo tenemos de virus, mucho más de lo que pensáis como podréis observar hoy. Y no solo su diversidad, sino que a pesar de su tamaño, también se especula que la biomasa que suponen en el seno de la biosfera puede llegar a ser enorme, increíble, aunque por falta de información todos los datos que leáis no dejen de ser más que meras especulaciones: la punta del iceberg.

Según se señala más abajo, alguna be las hipótesis más audaces defiende que La masa acumulada de su biomasa excedería todas las plantas y animales en la tierra“. ¿Sera verdad?

El contenido que ofrecemos aquí, se basa en los fragmentos de dos post redactados en español, así como en una noticia recientemente ofrecida por terra Daily en suajili.

 

El mundo alucinante de la virosfera

Podemos considerar que  el material extraído del post titulado virosfera, perteneciente al magnífico blog de Miguel Ángel Jiménez Clavero que lleva por título Virus Emergentes y Cambio Global, nos ofrece la visión más ortodoxa y conservadora, mientras el siguiente, secuestrado del Blog: Disiciencia, la perspectiva más  atrevida/provocativa.

En cualquier caso, como podréis observar, las cifras sobre su abundancia, diversidad y biomasa son enormes, por no decir asombrosas. A pesar de todo, el verdadero enigma subyace en el papel que “podrían desempeñar” en los avatares de la vida sobre la tierra, cuyo conocimiento podría modificar radicalmente nuestra concepción de la evolución biológica, así como poner en tela de juicio la filosofía subyacente al neo-darvinista actualmente imperante, aunque en paulatino desmoronamiento.

¿Se puede conocer la vida y la biosfera sin entender la Virosfera? Todo apunta a  que la respuesta, en esa enorme red biológica que recubre y penetra la Tierra, resulta ser necesariamente negativa. Pero habrá que esperar para vislumbrar el paisaje mental adecuado.

El reto de entender la Virosfera es enorme, pero quizás, cuando lo logremos, nuestra visión de la vida y de nosotros mismos cambie radicalmente. En este post más que en la mayoría de los redactados en este blog hasta la fecha, resulta imperativo que leáis al menos el contenido en español extraído de los dos blogs mentados, el cual os resultará asombroso.

 

Los virus y la evolución global de la vida en el Planeta

Algunos biólogos y paleobiólgos están apuntando la posibilidad de que los llamados “virus” han tenido y tienen un papel muy importante en la diversificación, evolución y extinción de la vida en el planeta a través de los últimos 3.500 millones de años de vida sobre la Tierra. Algunos apuntan esta hipótesis que todavía suena a escandalosa:
Los virus son los agentes más activos de la diversificación de la vida.

Jean-Paul Baquiast es el editor de la revista electrónica francesa Automates Intelligents, donde se publicó originalmente en el año 2012 este texto del que ofrecemos un resumen. Para los autores, los virus son los agentes más activos de la diversificación de la vida.

Nuevas investigaciones revelan que originaron las mutaciones adaptativas y la especialización. Los virus pueden ser parásitos con tal capacidad de simbiosis que acaban formando parte del ADN de sus huéspedes, ya sean éstos microorganismos como las bacterias u organismos superiores.

Esta invasión ha sido la causa de una gran parte de las mutaciones adaptativas producidas en los últimos 500 millones de años, como, por ejemplo, la de la aparición de la placenta, indispensable para la reproducción de los mamíferos modernos. Las últimas investigaciones relativas a los virus restan además importancia a la competición entre los genes como motor de la evolución.

Desde el punto de vista científico, está emergiendo una nueva disciplina. La paleovirología es un nuevo campo de la biología evolutiva que estudia secuencias genéticas virales antiguas, presentes en el genoma de diferentes organismos actuales​

El estudio de los virus antiguos, denominados informalmente “fósiles virales” o “paleovirus”, estudia las regiones de los genomas que se originaron a partir de una antigua integración de material genético viral en una línea germinal; cuyo término científico para estas regiones es de elemento viral endógeno. Estas regiones se originaron de la integración principalmente de retrovirus, conocidos como retrovirus endógenos

Muchas de las secuencias es posible que se remonten a secuencias de virus de millones de años atrás, por lo tanto, la terminología, aunque en sentido estricto, no es posible detectar un virus antiguo en fósiles; es posible deducir sus secuencias a partir de las secuencias de elementos virales endógenos.

Igualmente destaca que la secuencias de estos elementos virales endógenos pueden ser usados como reloj molecular; para analizar las divergencias de las especies descendientes desde el momento que se produjo la inserción viral.

Dentro del análisis de estas secuencias, igualmente se han reportado intentos exitosos para “resucitar” virus extintos a partir de las secuencias de ADN analizadas. ​

 

Nuevas hipótesis sobre virus y evolución biológica

De un tiempo a esta parte, los paleobiólogos han lanzado nuevas hipótesis relativas a la importancia de los virus en la evolución. Por un lado, un número creciente de virólogos y de paleovirólogos ha resaltado no sólo la increíble cantidad de virus presentes en la Tierra, sino también el papel increíblemente activo de los virus en la evolución, en el pasado y en el presente.

Por otro lado, los virus son bien conocidos por su responsabilidad en la propagación de enfermedades a menudo mortales, contra las que existen pocas vacunas. Se conocen también sus modos de reproducción y de transmisión, por intrusión en las células y apropiación de sus mecanismos bioquímicos. En este sentido, los virus son considerados como parásitos que dependen enteramente de sus huéspedes para su propia supervivencia.

Pero el carácter singular del mundo de los virus, o de la virosfera, es cada vez más objeto de numerosas investigaciones. Los virus se encuentran en todos los medios terrestres existentes, desde glaciares y desiertos hasta cuevas profundas. De hecho, donde quiera que haya una vida celular cualquiera, allá abundan los virus.

 

Información genética arcaica

Además, se estima que son 10 millones de veces más numerosos de lo que se creía hace algunas décadas. Un milímetro del agua de un lago puede contener más de 200 millones de virus, por ejemplo. Los virus bacteriófagos, que infectan a las bacterias, podrían alcanzar de hecho, colocados longitudinalmente, la distancia de 100 millones de años luz.

Por si todo esto fuera poco, la diversidad vírica es considerable: se piensa que existen 100 millones de tipos diferentes de virus. Sus formas son múltiples. Algunos, por ejemplo, son muy grandes, como en el caso del Mimivirus descubierto por un equipo europeo, y cuyas partículas maduras miden 400 nanómetros. Varios miembros de la comunidad científica han declarado recientemente que, debido a que la partícula viral es capaz de generar sus propias proteínas, es de hecho un organismo vivo, una idea que no hace más que agudizar la confusión existente con respecto a la clasificación de los virus.

Mimi, con sus 911 genes codificantes, codifica 50 proteínas que nunca antes habían sido vistas en un virus, como un citocromo P450, implicado en el metabolismo energético. Además codifica proteínas que llevan mecanismos bioquímicos que sí tienen algunos virus a una complejidad máxima, como son chaperonas que asisten en el correcto plegamiento de las proteínas y enzimas que pueden proporcionar mecanismos para mantener la integridad del ADN (rutas bioquímicas de reparación de errores durante la replicación o de daños físico-químicos).

Representa una nueva familia dentro de los grandes virus ADN nucleocitoplasmáticos que emergieron en la Tierra hace aproximadamente cuatro mil millones de años. Además, desafía el sistema de clasificación de los organismos dentro de tres dominios distintos (ArchaeaBacteria y Eukarya), ya que parece exigir la creación de un cuarto dominio. Su linaje es muy antiguo y podría haber emergido antes de la existencia de los organismos celulares, lo cual puede traer consecuencias drásticas en las concepciones sobre el origen de la vida.

Los virus, además, conservan su información genética aprovechando una gran variedad de ADN y de ARN. Pero lo más sorprendente es que, cuanto más se estudian sus genomas, se encuentran más nuevos genes no identificados con anterioridad.

El biólogo Luis Villareal, director del Center for Virus Research de la Universidad de California, calcula que los genes nuevos, aquéllos cuya función es desconocida, representan un 80% del número de genes virales identificados.

Todo esto hace suponer que su material genético no está constituido por pequeñas porciones de ADN extraído del ADN de sus huéspedes, sino que parece asociado a formas de vida primitivas anteriores a las bacterias, es decir, arcaicas.

 

Mundialización vírica

El estudio de la evolución genética de un gran número de bacteriófagos ha demostrado que éstos no pueden ser conectados a ancestros comunes. Cada virus bacteriológico o fago parece disponer de una muestra de fragmentos de ADN aparentemente tomados y reunidos al azar.

En el interior de un mismo huésped, los genomas de todos los virus que en él se encuentran parecen mezclarse entre ellos, de manera permanente. Pero este supermercado de genes virales no funciona solamente en el interior de un huésped único. Se manifiesta en otra escala, la de la Tierra entera, en el seno de medios muy diversos.

Los virus inventaron la mundialización mucho antes de que nosotros la conociéramos. Las nuevas secuencias de ADN se extienden por todo el globo muy deprisa, considerando la rapidez de las mutaciones, la variedad de las recombinaciones, y la cantidad ingente de especies virales en contacto.

Los bacteriólogos hablan de redes bacterianas para explicar la omnipresencia y las virulencias súbitas de las especies de bacterias. Pero este término resultaría aún más apropiado para la descripción del mundo de los virus. El hecho de que éstos puedan difundirse tan fácilmente se debe a una propiedad que, de hecho, comparten con las bacterias.

 

Simbiosis versus agresión

Los virus no matan sistemáticamente a sus huéspedes, que son organismos multicelulares o bacterias. Cierto es que los hay que, como el virus de la fiebre del ébola, provocan enfermedades mortales condenándose ellos mismos a una vida difícil, e incluso a la desaparición. Pero la mayoría de los virus han preferido la simbiosis a la agresión. Así, se integran en la maquinaria celular de sus huéspedes, en la se convierten en pasajeros simbióticos permanentes.

En el caso de las bacterias, estos virus son denominados “profagos”(genoma de fago insertado como parte de la estructura lineal del ADN de una bacteria), y parece que componen el 20% de los genomas de estos microorganismos.

Además, en los genomas de las bacterias se ha identificado alrededor de un 10% de genes que no se parecen a nada conocido. Son los llamados ORFans. El profesor Patrick Forterre, de la Universitat Paris-Sud 11, especialista en bacterias extremófilas, calcula que el 90% de estos ORFans son de origen vírico.

 

ADN de origen vírico en humanos

Pero las bacterias no son las únicas que han integrado virus antiguos. Las eucariotas, o células con núcleo celular, se encuentran en todos los animales superiores, entre ellos los humanos, y también están dotadas de ADN cargado de restos de antiguas infecciones virales.

Se ha descubierto, por ejemplo, que los retrovirus, que son virus contagiosos no permanentes y los ERV o retrovirus endógenos están en nuestro ADN. Investigaciones llevadas a cabo desde el año 2000 han ido revelando que el 8% del ADN humano está formado por ERV.

El profesor Forterre señala que los genomas de especies superiores sufren una lluvia continua de genes víricos cuya función no es fácilmente reconocible. Algunos que no sirven para nada son eliminados, pero parece que la mayoría de ellos quedan en reserva para hacer frente a fuerzas evolutivas aún no afrontadas por la célula, desde el funcionamiento del sistema inmunitario.

Este mecanismo, practicado en el nivel de las bacterias patógenas, podría generar las epidemias más mortales y difíciles de combatir. Pero, a la inversa, los órganos infectados pueden, gracias a sus profagos, adaptarse más rápidamente y mejor a estos cambios.

 

Virus y especiación

Se cree, por ejemplo, que la placenta indispensable para la reproducción de los mamíferos modernos apareció gracias a la acción de un gen llamado syncitin proveniente de un ERV. De hecho, una gran parte de las mutaciones adaptativas producidas en los últimos 500 millones de años podrían deberse a la acción de los virus y los ERV.

Estos últimos parecen implicados masivamente en el funcionamiento de las redes de regulación de la expresión genética. Se sabe que hay diferencias en la expresión de los genes que provocan las divergencias en la especiación responsable de la aparición de especies nuevas, a partir de troncos comunes.

Los trabajos del profesor Patrick Forterre y su equipo se han centrado en comparar los procesos bioquímicos de la replicación del ADN en el seno de tres familias: bacterias, archaea (organismos unicelulares) y eucariotas. Estas tras familias no son consideradas hoy procedentes de un tronco evolutivo común. La hipótesis es que podían ser las supervivientes de formas primitivas muy diversas pobladoras de la biosfera primitiva.

Patrick Forterre ha demostrado que la vida naciente fue el resultado de un intenso periodo de experimentación bioquímica al azar, con numerosos fallos y éxitos que resultaron en formas cada vez más complejas. De estas múltiples formas de los sistemas vivos que aparecieron a continuación, sólo han sobrevivido las tres familias mencionadas.

La importancia de los virus en la evolución

Dado que los virus, tanto en aquella época como ahora, eran mucho más abundantes que las células, fueron los agentes más activos y eficaces de la diversificación de la vida y de sus extensiones geográficas. Fueron asimismo responsables de lazos evolutivos determinantes, como el paso del mundo del ARN al del ADN, y también de la invención del núcleo celular.

Estas investigaciones restan en parte importancia a la competición entre genes (genes egoístas) como motor de la evolución, presentada por Richard Dawkins. O, al menos, la sustituyen. Por otro lado, la idea que encanta a los genetistas de que los genomas de todas las especies podrían derivar de una fuente común única debería, también, ser sensiblemente matizada.

Nosotros añadiremos por nuestra parte dos cosas. Por un lado, las investigaciones sobre los virus arcaicos iluminan, de una manera interesante, las hipótesis relativas a las formas de vida rudimentarias existentes en la Tierra antes de la aparición de la vida. Los virus primitivos podrían ser los descendientes lejanos de moléculas bioquímicas replicantes.

Por otro lado, en lo que respecta a la exploración de medios prebióticos, como aquéllos que pudiera haber en Marte, no se debería pensar solamente en buscar bacterias, sino también virus, seguramente patógenos para los humanos.

La búsqueda de nuevos virus se ha sofisticado; ahora se escudriñan fragmentos de material genético (ADN o ARN) en muestras (agua, barro, cieno, sangre) y, mediante sofisticados programas informáticos se establece si se trata de genes virales.

Un estudio realizado en 2020 en la Universidad de Zaragoza arroja datos muy importantes. Según este estudio, Matthew Sullivan, virólogo de la universidad de Ohio, Estados Unidos, a la manera de los grandes exploradores de los siglos XV y XVI, recorrieron los mares del mundo recogiendo muestras para su análisis en busca de material genético viral.

Algunas muestras pertenecían a virus conocidos; otros muchos eran nuevos. En este viaje por los océanos del mundo, realizado en el año 2016, el equipo de Matthew Sullivan identificó alrededor de 15.000 nuevas especies de virus.

Al finalizar su viaje oceánico pensaron que sería difícil hallar nuevas especies víricas. Muy alejados de la realidad, la mejora de la tecnología llevó a que el número de especies víricas identificadas en el año 2019  superase las doscientas mil.

Existe el convencimiento de que incluso esta cifra, 200.000, es exigua para el verdadero número de virus existentes. Probablemente no se llegue a conocer jamás, de igual manera que no podemos imaginar el número de estrellas existentes en el universo, suponiendo que sea finito.

Sin embargo, la descripción formal de un nuevo virus es una tarea meticulosa e inevitablemente lenta. Cuando se descubrió el virus causante de la neumonía (hoy pandemia) de Wuhan, el SARS-Covid-19, se halló que tenía una forma aproximadamente esférica, de la que sobresalían una suerte de espinas (glucoproteínas) de la cápside vírica.

Ello hizo posible encuadrar este virus en la familia taxonómica de coronavirus a la pertenecen otras 38 especies conocidas. De éstas, 6 infectan al hombre, cuatro dando lugar a infecciones de las vías respiratorias altas (HCov 229E, NL63, OC43 y HKU1) (los habituales resfriados). y tres causando infecciones de las vías respiratorias bajas con probable complicación neumónica (SARS-Covid-1, MERS-Covid, y la actual SARS-Covid-2).

El siguiente objetivo fue aislar los genes del virus. Ello permitiría conocer la estructura de las glucoproteínas que sobresalen de su núcleo esferoide. El actual virus pandémico es similar al que dio origen al brote de SARS del año 2002, que infectó a unas 8.000 personas en 26 países con una mortalidad aproximada del 10%. Por esta razón, al virus que desencadenó la epidemia de 2002 se le designó como SARS-Covid-1, mientras el actual que se inició en Wuhan en diciembre de 2019 se denomina SARS-Covid-2 (o: Covid-19). La gran diferencia entre ellos es la facilidad de contagio del actual SARS-Covid-2.

A pesar de la enorme variedad vírica, apenas 250 especies infectan a los humanos, una fracción verdaderamente insignificante de toda la virusfera. Los virus infectan (casi siempre de forma inocua) a todos los seres vivos, desde los modestos procariotas (células sin núcleo definido) a todos los seres eucariotas (con núcleo verdadero, como se infiere de su etimología), desde los unicelulares hasta los animales y plantas más complejos.

La diversidad es tan grande que resulta abrumadora. En una publicación (Microbiology and Molecular Biology Review) del 4 de marzo (2020) se menciona que, como mínimo, 100 millones de especies víricas infectan a los organismos procariotas. Algunos investigadores estiman inconsistente esta cifra aproximada; probablemente existan millones de procariotas hoy ignorados; y (¿?) billones de virus que los infecten o convivan con ellas. En verdad, el mundo de lo visible es un minúsculo atisbo del submundo de lo invisible al ojo humano.

 

Conclusiones

La pandemia que afecta a todos los seres humanos de la Tierra, y que ha causado millones de víctimas. Según los datos del 5 de marzo de 2021 (casi un año después del inicio de la infección) el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad COVID-19, avanza por todo el planeta sumando más de 2,5 millones de fallecidos y más de 115,7 millones personas infectadas. La ciencia sólo puede aspirar a descubrir patrones generales de la inabordable complejidad vírica.

La zoología y la botánica usan el sistema de clasificación establecido por el sueco Carl von Linné en la década de 1700. Una vez que se clasifica, una especie permanece inamovible, al menos en nuestra escala temporal, no en el calendario evolutivo. Sin embargo, los virus intercambian genes con rapidez y facilidad, y, por esta razón, es arriesgado encuadrarlos a un taxón determinado. La línea entre distintas especies de virus es difusa.

Incluso existen virus «sin sentido». Un ejemplo es un nuevo virus aislado de las aguas de un lago. Se le denominó Yaravirus. De los 74 genes que constituían su genoma, 68 no se han encontrado en ningún otro virus. Para los virólogos, este hallazgo no tiene explicación.

Al objeto de soslayar el problema taxonómico, se ha desarrollado la mega-taxonomía, una forma particular de clasificar la inmensa variedad vírica. Se fundamenta en ordenar los distintos virus según el número de genes diferenciales que porten, y en la propensión a intercambiarlos.

Este sistema de mega-taxonomía se ha mostrado más lógico de lo que sus autores pensaron cuando se les ocurrió. No obstante, continúan existiendo virus inclasificables, especies outsider incluso para la mega-taxonomía. Tal fue es el caso del Yaravirus comentado en párrafos previos.

En cualquier caso, la virusfera (el conjunto de todos los virus existentes, conocidos muchos, ignorados muchos más) es un rompecabezas, un inmenso desafío intelectual. Tres coronavirus infecciosos han surgido en las dos primeras décadas del presente siglo. El último, por ahora, mantiene confinada a casi una tercera parte de la Humanidad y amenaza con desbaratar las estructuras sociales, políticas y económicas del mundo actual. Los microbios, en sus distintas formas (bacterias multirresistentes, hongos, virus y priones) parecen resurgir de un cierto letargo para convertirse en amenazas impresionantes para nuestro modus vivendi.

Desde el punto de vista sociológico, ético, e incluso espiritual y religioso se plantean problemas que desde la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión se quiere analizar. Esperemos que esta experiencia dolorosa signifique una oportunidad global que cambia comportamientos en los seres humanos de nuestro mundo que hemos tomado conciencia de ser una sola raza.

 

Miguel Luque Naranjo. Médico de familia. Colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, Socio de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA).

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