(Leandro Sequeiros y Manuel Medina Casado) Estamos viviendo tiempos complicados por causa del coronavirus. Nos cuestionamos el problema del mal que supone un reto sin respuesta racional para las creencias religiosas. ¿Cómo compaginar un Dios misericordioso y sabio con la existencia del dolor, la violencia, la muerte o el sufrimiento de los inocentes? En el marco de un coloquio sobre Teilhard de Chadin, celebrado en noviembre de 2011 en París, Monseñor André Dupleix impartió una ponencia que, bajo el título ¿El final del mal?, volvió a abordar este problema, desde la perspectiva del religioso, paleontólogo y filósofo francés. Merece la pena retomar sus ideas ante el nuevo contexto en el que nos encontramos.
El problema del mal supone un reto sin respuesta racional para las creencias religiosas. ¿Cómo compaginar un Dios misericordioso y sabio con la existencia del dolor, la violencia, la muerte, el sufrimiento de los inocentes? El teólogo Andrés Torres-Queiruga ha escrito que si Dios es tal como lo describe la teología tradicional, habría que denunciarlo al Tribunal de la Haya.
Las respuestas al sentido del mal están presentes en todas las religiones. Es más: algunos antropólogos postulan que las religiones aparecen como un lenitivo amortiguador del peso insoportable del dolor, del mal y de la muerte.
En el Coloquio “La esperanza puesta a prueba por el mal”, celebrado en noviembre de 2011 en París bajo la organización de la Asociación de Amigos de Pierre Teilhard de Chardin y la Cátedra Teilhard de Chardin de las Facultades jesuitas de París, las intervenciones se organizaron en torno a seis grandes problemas que aborda Teilhard de Chardin en sus cartas y ensayos: las experiencias del mal o mal metafísico; guerra mundial y violencia: una experiencia fundante; la divinización de las pasividades; libertad, pecado y vaciedad; el Cristo salvador y la recapitulación; el final del mal.
Estas ponencias fueron seguidas por unas conclusiones. Todo ello acaba de ser publicado en un número especial de la revista Teilhard aujourd´hui de la Asociación francesa de amigos de Teilhard de Chardin, con el título L’Esperance à l´épreuve du mal (Saint-Léger éditions, marzo de 2012, número 41).
André Dupleix y Teilhard de Chardin
El autor de esta ponencia, monseñor André Dupleix, nacido en 1944 en Pau (Francia) ha sido Secretario General adjunto de la Conferencia de obispos de Francia desde 2005. Realizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Mayor de Dax y de Bayona (1962 – 1968) y posteriormente en el Instituto Católico de Toulouse (1968 – 1970). Más tarde, realizó la tesis doctoral en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma (1970 – 1973).
Entre 1973 y 1981 fue profesor en el Seminario Mayor de Bayona, Directeur du Centre de culture religieuse de Bayonne (1973 – 1981), Délégué diocésain à l’œcuménisme, Délégué régional – Sud-ouest – à l’œcuménisme (1973 – 1981). Entre 1981 y 2000, profesor del Institut catholique de Toulouse, Professeur à la faculté de Théologie (1981 – 1987), Doyen de la faculté de théologie (1987 – 1993), Recteur de l’Institut catholique (1993 – 2000), Directeur du Service national du catéchuménat (desde 2000), Secrétaire de la Commission épiscopale de la catéchèse et du catéchuménat (desde 2000). Entre otros libros, destacamos Prier 15 jours avec Pierre Teilhard de Chardin (Nouvelle Cité, 1994), del que se han editado 5 ediciones con 11.000 ejemplares. En castellano: Orar con Pierre Teilhard de Chardin.
¿Tiene explicación el mal?
“Es comprometedor, tras el conjunto de debates en los que hemos participado, aventurarse con una intervención concluyente sobre el “fin del mal”. Afortunadamente se me ha propuesto este tema con una interrogación, ello hace más creible el contenido, cualquiera que sea el enfoque desde el que sea abordado. Pues, si este tema es una constante que relaciona tanto la tradición bíblica y cristiana, como la relación con Teilhard, y una gran parte del pensamiento contemporáneo, es porque la experiencia del mal es reiterativa, como también lo es la resistencia al mal por todos los medios posibles” – explica Dupleix.
Y prosigue: “Donde la singularidad cristiana aparece, es en la siguiente afirmación: que si el mal bajo todas las formas físicas y morales, no tiene un fin visible en la existencia humana y en la historia, no solamente no puede tener la última palabra en cualquier momento en que se encuentre la humanidad, sino que está definitivamente aniquilado por la Resurrección de Cristo”.
¿Qué lugar ocupa el mal en su cosmovisión optimista? Para Teilhard, el mal forma parte integrante de la evolución de una humanidad en génesis permanente hasta su término; pero el término es el cumplimiento en Dios, por la Resurrección de Cristo. Teilhard encuentra en las palabras del capítulo ocho de la Carta de Pablo de Tarso a los Romanos una clave importante. Pablo nos dice que “Estimo pues, que los sufrimientos del tiempo presente no son proporcionados con la gloria que debe revelarse en nosotros. Pues la creación espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios: liberado del poder de la vanidad, no por su decisión, sino por la autoridad de aquel que le ha liberado, ella guarda la esperanza, pues ella también será liberada de la esclavitud de la corrupción, por tener parte en la libertad y en la gloria de los hijos de Dios. Nosotros lo sabemos ciertamente: la creación entera gime aún hoy con dolores de parto. (Rom. 8, 18-22)”.
Para los exegetas, el parto definitivo, el nacimiento de lo alto, por Cristo en el Espíritu, harán también decir a Pablo, desde ahora, desde esta vida, hablando de la muerte, la forma más dolorosa del mal: la muerte ha sido destruida por la victoria. Muerte, ¿dónde está tu victoria? (1 Cor. 15, 54-55).
André Dupleix propone cinco puntos que considera se encuentran en relación continua con el pensamiento de Teilhard: Una perspectiva general; de lo múltiple a la Unión; Las sombras de la fe; un debate teológico abierto; y el término “último”.
1.- PERSPECTIVA GENERAL
Para entender el sentido del mal en Teilhard conviene recordar este texto de La Energía Espiritual del Sufrimiento: Sí, cuanto más hombre se hace el hombre, más se incrusta y se agrava –en su carne, en sus nervios, en su espíritu-, el problema del Mal: del Mal por comprender y del Mal por sufrir.
Según Dupleix, Teilhard va a experimentar, desde un extremo a otro de su vida la experiencia existencial del fracaso humano. Nada se parece tanto como la epopeya humana a un camino de cruz… escribe Teilhard en el apéndice de El Fenómeno Humano.
Y esto no será solamente el fruto de su lúcida observación del mundo, sino una experiencia personal ininterrumpida. Pero la prueba y los zarpazos del mal serán siempre soportados como un umbral de peligro y una victoria, con Cristo, bajo las fuerzas de la resignación y de la capitulación.
Pero hay un error grave que debemos evitar al hablar de Teilhard. Es el de quedarnos solamente con la dimensión estadística del mal. Es el caso, ciertamente, desde un cierto punto de vista de su análisis. Pero nosotros no podemos quedarnos con la perspectiva de un mal –inherente a la estructura incluso del universo y del hombre- lo que sería su finitud fundamental. Si el mal puede tener un fin [temporal], es porque no tiene ni finalidad ni finitud… Escribe su comentarista Rideau (El pensamiento de Teilhard de Chardin): “Independientemente pues de la solución sobrenatural, la solución del problema del mal, no es otra que la inmortalidad de las personas y de la colectividad humana, al término de una historia que converge hacia un Fin trascendente”. Pero la solución última es sobrenatural. La muerte no es el umbral de cualquier inmortalidad.
Teilhard escribe en El Medio Divino: i[El gran triunfo del Creador y del Redentor, en nuestras perspectivas cristianas, es haber transformado en factor esencial de vivificación aquello que, en sí, es una potencia universal de disminución y de desaparición… Y así, [el nefasto poder de la muerte] de descomponer y de disolver se encontrará atrapado por la más sublime de las operaciones de la vida. Aquella que, por naturaleza, estaba vacía, hueca, vuelve a la pluralidad, puede llegar a ser, en cada existencia humana, plenitud y unidad en Dios. ]i
Para Dupleix, en esta lucha permanente entre las agresiones del mal y las fuerzas de la vida que Dios despliega en nosotros, se plantea evidentemente la cuestión del origen del pecado, indisociable para Teilhard del origen del mal. También si se habla de pecado original, se podrá igualmente hablar de mal original. Siendo correlativo el fin del pecado con el fin del mal. La oposición al pecado es una manera de resistencia al mal, del cual no es más que uno de los aspectos, aunque no de los menores, para Teilhard.
Ahora bien, para Teilhard, el fin del pecado –definitivo o anticipado en cada instante de la existencia por la resurrección- es Cristo. El Cristo salvador y redentor. Si el pecado afecta al conjunto de la Humanidad, las fuerzas de la Evolución no pueden en cualquier circunstancia cambiar o disminuir los contornos y los efectos. Sólo Dios se levanta contra el pecado y el mal y sus dramáticas consecuencias. Escribe en “Cristología y Evolución” (Lo que yo creo): La idea de caída no es en efecto, en el fondo, mas que un intento de explicación del Mal en un universo fijo. He aquí por qué nos oprime. En consecuencia, es el problema del Mal en sus relaciones con el Cristo lo que necesitamos respirar, retomar y repensar, con un estilo adecuado a nuestras visiones cósmicas actuales. El pecado original es una solución estática del problema del Mal.
El problema del pecado original
Para Teilhard si hay un dogma del pecado original ¿no habría que hacer una transposición de la imagen clásica de la caída –pues la palabra no alimenta nuestro espíritu ni nuestros corazones- poniendo atención a la teología de la Redención? Continúa el mismo texto: Una transposición del tipo que sugiero, deja subsistir totalmente, e incluso salva, en su esencia, esta realidad en concreto y esta urgencia de la Redención que los concilios han tratado de definir.
A pesar de esta precaución del anuncio, Teilhard está llevando a reconsiderar, al mismo tiempo que la formulación del dogma tradicional del pecado original, el contenido mismo de una parte de la afirmación dogmática. Esto, dentro de la lógica de su concepción de la Revelación. El replanteamiento no tanto sobre el pecado mismo cuanto sobre su origen y su relación con la muerte: la muerte precede al pecado. La consciencia de drama fundamental, ligado a la muerte, está intensificada por el pecado. Debe hacerse una nueva lectura del papel personal del hombre en el origen del mal y de la relación entre el mal y la salud.
La preocupación de Teilhard es comprender mejor, teniendo en cuenta sus convicciones personales, la afirmación de San Pablo en la primera carta a los Corintios: ya que la muerte vino por un hombre, por un hombre también viene la Resurrección de los muertos. Como todos mueren en Adán, en Cristo todos recibirán la vida. (I Cor. 15, 21-22).
Finalmente, ¿el pecado original no será algo demasiado ‘poca cosa’ para Cristo? Todo el mal por el que es confrontada la humanidad no puede provenir de un solo hombre. Él [Teilhard] interpreta en este sentido las palabras de Pablo: “por el pecado vino la muerte” per peccatum mors (Rom. 5, 12): El pecado original no explica por sí solo todo el dolor y toda la muerte humana. Por san Pablo, explica todo el sufrimiento. Ésta es la solución general del problema del mal.
En el universo tal como nosotros lo conocemos hoy y del cual nuestro Mundo no es más que un elemento el pecado original simboliza simplemente la inevitable suerte del Mal… atado a la existencia de todo ser participado… El pecado original es la esencial reacción de lo finito por el acto creador. Inevitablemente, con el favor de toda la creación, él se desliza por la existencia. Él es el revés de toda la creación, escribe en Caída, Redención y Geocentría”.
Nuestra perspectiva geocéntrica conduce a un distanciamiento considerable entre un origen puntual del mal, ligado a un solo acto del primer Adán, y la acción universal del segundo Adán: La Humanidad, muy probablemente… es “una entre mil”. ¿Cómo puede ser que, entonces, que ella haya sido elegida contra toda probabilidad, para ser Centro de la Redención? ¿Y cómo, a partir de ella, la Redención puede propagarse de astro en astro?
Teilhard no niega que un cierto número de cuestiones quedan aún sin respuesta para él. Prosigue el texto anterior: Es uno de los momentos en que uno se desespera por despejar los dogmas católicos del geocentrismo en el seno en que han emergido. Y así, una cosa es más segura que ninguna otra, en el Credo católico: esto es, que hay un Cristo “por el cual todo se mantiene” (Col. 1,17) Todas las ciencias secundarias deberán ceder, si es necesario, ante este artículo fundamental. Cristo es todo o nada.
En Cristología y Evolución, Teilhard precisa su búsqueda. Pecado y muerte están ligados en san Pablo, lo dice expresamente: El pecado se paga con la muerte. (Rom. 6,23) Pues la muerte es el mal absoluto, es precisamente sobre este punto sobre el que Teilhard reacciona en “Cristología y Evolución”: De hecho, a pesar de distinciones sutiles de la teología, el Cristianismo se ha desarrollado bajo la impresión dominante de que el Mal en torno nuestro había surgido de una culpa inicial.
Para Dupleix, si ello se analiza desde una perspectiva de un mundo en evolución se dibuja un cambio importante, con consecuencias nada desdeñables para la teología: Puesto que sin perder nada de su gravedad ni de sus horrores, el Mal deja, en este nuevo contexto, de ser un elemento incomprensible para hacerse un rasgo natural de la estructura del Mundo.
El mal en el mundo creado
Se trata ahora, pues, de situar el mal en el orden de un mundo creado. Para Teilhard el mal es la otra vertiente de lo múltiple en la que ha sido creado necesariamente el mundo. La hipótesis de un Dios perfecto que no puede crear más que un ser participado perfecto es una hipótesis gratuita. No es posible considerar el mal – prosigue Dupleix -como un accidente imprevisto del universo. El mal es un enemigo, una sombra suscitada por el mero hecho de la creación. En el momento en que Dios crea, una terrible tensión se realiza, de la cual su amor toma inmediatamente parte.
Este combate de Dios contra el mal es un tema que se encontrará en diversos escritos patrísticos. San Ireneo, en un texto importante de su obra Adversus Haereses, considera al hombre del Paraíso no como un ser perfecto, sino como un ser inacabado y por tanto frágil: es “imposible, en efecto, que sean increados, seres nuevamente producidos. Si bien, por el hecho de no ser increados, son inferiores a lo que es perfecto: porque por el hecho de que ellos han venido nuevamente a la existencia, son niños pequeños, y por el hecho de que son niños pequeños, no están acostumbrados ni ejercitados en la conducta perfecta”. San Agustín, por el contrario, se opondría a ello, prefiriendo considerar a Adán como un superhombre. Se puede atisbar en la afirmación de Ireneo una hipótesis que introduce la idea de una evolución en la creación del hombre, y consecuentemente el rechazo de un esquema que hace depender el pecado de la caída incomprensible de un hombre creado en un instante adulto y enteramente bueno.
Comprendemos entonces cómo el esquema teológico tradicional ha vuelto: la muerte no es una consecuencia del pecado, sino el primer descubrimiento trágico de la conciencia libre en el momento en que recibe la Revelación de la vida… El hombre, creado enteramente libre por Dios, se encuentra inmediatamente comprometido en una lucha contra las fuerzas de desagregación, una subida hacia la más grande comunión, una vía trazada hacia la culminación. En este sentido, el Hombre es creado a imagen del Dios de la vida, incluso en un mundo donde la muerte es un hecho estadístico.
El pecado interviene en el momento en que el hombre se cierra a la Revelación de Dios y al amor. Suprime la tensión inevitable que constituye el ascenso hacia la cumbre, se repliega sobre sí mismo, se aísla, se erige en poder, se hace superhombre o se hace Dios. Entonces, en situación de pecado, el hombre no es ya en apariencia la imagen de Dios, quedando todo en él misteriosamente unido por la única fuerza de la fidelidad divina, llegando a ser imagen de la muerte, puesto que el pecado en sí, es imagen de la muerte.
Para Dupleix, el pecado como expresión del mal, es pues un hecho tan constatable como la muerte. Teilhard no lo niega. Pero lo asocia tanto más, pues, a su antítesis redentora victoriosa: el Cristo, cuyo papel único le sitúa en cierto modo “en el corazón del pecado”. “Dios lo ha hecho pecado por nosotros” (2 Cor. 5,21). Pecado pero no pecador. El Cristo está en el centro del misterio del mal, pues el distanciamiento de la Cruz será al mismo tiempo el reconocimiento y la provocación. Pero él sigue siendo la vida, en el instante mismo en que la iniquidad triunfa. El hombre-Dios es glorificado desde que el grano cae en tierra. El Cristo es en este sentido el modelo absoluto de combate contra el mal y el pecado. En “El Cristo evolucionador” (Lo que yo creo), escribe: Cualquiera que sea el paso hacia delante que se decida a dar el pensamiento cristiano, se puede afirmar que se dará en el sentido de una conjunción más estrecha entre las fuerzas de la Muerte y las fuerzas de la Vida en el interior de un Universo en movimiento, es decir, finalmente entre la Redención y a la Evolución.
2.- DE LO MÚLTIPLE A LO UNO
En 1917, con algunos meses de intervalo, Teilhard despliega, precisa y corrige su pensamiento en tres ensayos complementarios, La lucha contra la Multitud, La Unión creadora y Mi Universo. ¿Cómo concebir el acto creador sin presuponer a partir de qué o sobre qué se ejerce este acto? En un primer momento Teilhard adelanta una explicación que no le satisface del todo, respecto a su convicción de base: Ser es necesariamente unir, ser más, lógicamente, unir más. En La lucha contra la Multitud, escribe: Li[a verdadera Nada, la Nada física… es lo Múltiple puro, es la Multitud. En el Origen había dos polos del ser Dios y la Multitud… Es entonces cuando la Unidad desbordante de vida entra en lucha, por la creación, contra lo Múltiple inexistente, que se oponía a ella [la creación] como un contraste y como un reto. Crear, siguiendo nuestras apariencias, es condensar, concentrar, organizar, unificar. ]i
Para Dupleix, Teilhard responde a una primera dificultad: dos polos no significan, evidentemente, dos entidades, ni dos dioses -como él lo precisa- sino como comprender esta oposición interna y ¿qué es este múltiple inexistente que estaría presente en el Ser divino? Para Teilhard la verdadera Nada, la Nada física, ésa que está en el vestíbulo del ser, esa a la que vienen a converger por su base todos los mundos posibles, esa es lo Múltiple puro, esa es la Multitud. Utiliza incluso la expresión, desde luego ambigua pero conforme a su lógica, de Múltiple inexistente, que se podría calificar de “pura potencia del ser”.
En el texto de La Unión Creadora, proyectado por Teilhard como un “bosquejo de síntesis filosófica” o un ensayo ontológico, hizo esto “según un método que apenas lo es”, propone lo “Múltiple imponderable, que la Evolución asigna como estado original al Cosmos, que tiene una existencia verdadera, objetiva, absoluta …Al principio de las cosas, no hay que imaginar materia informe alguna, sino acabada en su consistencia… un esbozo, una sombra de ser”. Pero una sombra, es ya algo positivo, y Teilhard evoca entonces la idea de una especie de Nada positivo, resultante de una primera influencia de la Unión sobre lo Múltiple puro, potencia esencial de disociación y de división y “sujeto inicial de la Creación”.
El acto creador se ejerce, pues, como una fuerza de inversión y de unificación: La creación “ex nihilo”… ha consistido, no en crear a partir de cero un ser infinitesimal… destinado a crecer… sino a invertir el orden de esta potencia de dispersión. Teilhard reconoce las serias objeciones suscitadas por su enfoque y la pendiente hacia el maniqueísmo. Queda, sin embargo, desde todos los puntos de vista en los antípodas de la herejía, pues sólo hay para él, en su principio, más que un solo Dios creador. Su reflexión avanza sobre un terreno en el que no se puede contentar con afirmar la Divinidad «exclusivamente por medio de atributos personales: ciertos aspectos del Ser soberano no se entienden bien, más que en términos, por así decirlo materiales y cósmicos”.
Tal es su convicción ligando las exigencias del científico y aquellas otras del teólogo. Tal es su convicción ligada a las exigencias del científico y aquellas otras del teólogo. Tal es también la dificultad incontestable que evocaremos en el 4º punto, la de un naturalista que sitúa su búsqueda en un campo que es también el de la teología. Él reconoce, por otra parte que, si “por las relaciones trinitarias la teología ha hecho algo, por la relación creado-increado se ha quedado con concepciones puramente negativas”.
Dolor y pasividades
En su ensayo La Lucha contra la Multitud, Teilhard, después de haber desarrollado su tesis sobre La Nada de la Multitud, aborda una segunda etapa sobre El Mal de la Multitud. Este mal que expresará en El Medio Divino en términos de pasividades de disminución internas o externas. Este mal físico o moral contra el que Dios, con nosotros, entabla una lucha para permitirnos comunicar su acción divina. Dos realidades son consideradas aquí, el dolor y el pecado, desarrolladas en El Medio Divino: El dolor es la percepción vital de nuestro ‘menos-ser’, cuando éste se agrava, o cuando se alarga. El dolor, pues, está ligado, en justicia, a la Multitud insuficientemente arrinconada, que llevamos en nosotros. La completa disociación, si pudiera ser sentida, realizaría un sufrimiento absoluto en nosotros, aniquilándonos.
El pecado es el hecho de aquel que se realiza solamente en su propia unidad. Pero, realmente, él agranda la legión de los que pretenden vencer a la Multitud arrojándose en ella y abrazándola. Nada, Dolor, Pecado –Mal ontológico, Mal sufrido, Mal moral-, tres aspectos de un mismo Principio de maldad, infinitamente difícil de reducir, y sin parar renace: la Multitud.
Sin osar hacer ningún reproche, como no pensar en lo que se ha dicho, en la Escritura y en la tradición de la Iglesia, del principio de división y de dislocación que es el diablo, vector del mal. El diábolos, que separa, símbolo de una multitud o de un múltiple incoherente –“mi nombre es legión porque nosotros somos muchos”- dice el poseso a Jesús (Mc. 5,9). Diabolos frente a Symbolos, el que une, aquel que unifica. Este es precisamente Aquel que unifica, del que Teilhard trata en el tercer punto: la Victoria sobre la Multitud. Escribe Teilhard: El principio de unidad que salva la Creación culpable en trance de volver al polvo, es Cristo. Para Teilhard el papel primordial de Cristo es atraer hacia Él todo lo que, antes de él, se movía al azar. El amor del Hijo de Dios encarnado es el Primer motor del Universo restaurado.
Valor de la Encarnación
Por la Encarnación, la ignorancia ha sido vencida y el Universo ha encontrado el gusto de su camino único, cuando Cristo, para salvar el Mundo que se marchitaba hasta sus raíces naturales, viene a ponerse en cabeza de la Creación.
Teilhard recuerda la importancia de las virtudes cristianas, de la pureza, y de la caridad. Pero estas dos virtudes cristianas no están estáticas. La moral de Jesús parece tímida y sosa a los partidarios de la conquista vigorosa y agresiva de las cumbres hacia donde asciende la Vida. En realidad, ningún esfuerzo terrestre es más constructivo, más progresivo que el suyo. No es la Fuerza orgullosa, es la santidad evangélica, que salva y continúa el auténtico esfuerzo de la Evolución. A favor de la santidad, Dios mismo desciende a su obra para cimentar la unificación. Él nos lo ha dicho, Él y no otro cualquiera.
Teilhard reconoce –según Dupleix -que nada de esto es adquirido sin esfuerzo y sufrimiento. La felicidad no excluye el sufrimiento. Nada es más verdadero, por tanto, ni está más confirmado por la experiencia religiosa de los siglos, ni está más de acuerdo con la explicación del Mundo por la Multitud. Jesús nos advierte de ello; nosotros lo comprobamos cada día; el mecanismo de la Creación lo exige; el mismo dolor que mata y descompone es necesario al ser, a fin de que viva y llegue a ser Espíritu. Su obra El Medio Divino abundará en esta idea evocando “la Comunión por disminución” y precisando que “la Providencia convierte, para sus creyentes, el mal en bien”.
El ensayo sobre La Lucha contra la Multitud, del que varios aspectos serán tomados, precisados o corregidos por Teilhard –sobre todo la primera parte- termina con la perspectiva de la unión y de la Consumación. A través de todo esto que se hace y se deshace en la evolución y en la historia, la obra de la Creación prosigue irresistiblemente tal como Cristo la mantiene por su influencia, su Persona, y su oración: i[“Que sean uno como nosotros somos uno”, Palabra definitiva, que nos da la clave del Evangelio y del Mundo. ¿Qué atisbamos nosotros al final, con su luz? […] La Multitud, (en efecto), habrá sido dominada, no destruida: la Carne será resucitada. Así será, aproximadamente, el cielo, -y su Beatitud.]
3.- LAS SOMBRAS DE LA FE
En el epílogo de Lo que Yo Creo, Teilhard retoma, aplicándola a su propio destino, la idea según la cual, por muy efectiva que sea la salvación traída por Cristo, la plena luz no será definitiva más que al final. En el estadio en que se encuentra el universo, la convicción cristiana de la liberación traída por Cristo –y experimentada en lo más hondo de la vida espiritual- no disipa en nada los sufrimientos, las pruebas, y los golpes del mal y de la muerte.
Avanzamos muchas veces sin que la fe aleje la oscuridad o las dudas: “Cada vez más seguro de que me hace falta caminar por la existencia como si, al término del Universo me esperara Cristo, no tengo mientras tanto ninguna seguridad particular de la existencia de éste. Creer no es ver. Como persona que soy… ando entre las sombras de la fe».
La divinidad se oculta
Teilhard se opone a la solución, que sería insoportable, de un Dios que prueba el amor de sus criaturas ocultándose voluntariamente a sus ojos o a su corazón: Habría que estar incurablemente perdido por los ojos del espíritu si no hubiéramos encontrado jamás en uno mismo o en los otros el sufrimiento de la duda, para no sentir lo que esta situación tiene de detestable.
Una sola explicación es posible de cara a esta oscuridad de la fe, que no es más que un caso particular del problema del mal: Reconocer que si Dios nos deja sufrir, pecar, dudar, es que el no puede, ahora y de golpe, curarnos y mostrarse. Y si él no puede, es únicamente porque nosotros somos todavía incapaces, a causa del estadío en que se encuentra el Universo, en cuanto a organización y en cuanto a luminosidad, escribe en Como yo Creo.
Estas proposiciones tienen a primera vista, un aspecto provocador desvelado entre otros por Bruno de Solanges: “por bello que sea este texto y misterioso el problema del mal, yo no acepto la idea de que Dios no haya podido operar de otro modo al crear la dolorosa condición humana tal como ella es, y haya sido que haya sido, en cierto modo un prisionero. Yo le escribí mis impresiones. Él me respondió”.
La respuesta de Teilhard – según Dupleix -se apoya en la necesidad de reconocer la creación como un proceso evolutivo. Y sólo es en este contexto en el que puede ser percibida la acción salvadora de Dios. Ello supone igualmente la participación de la libertad humana, que no ha sido creada de un golpe sino que se despliega progresivamente: Para nuestro espíritu, una creación se expresa necesariamente bajo la forma de una evolución. Si Dios ha creado, él no puede hacerlo más que por proceso evolutivo, y ello, no por limitación de su potencia creadora, sino porque tal es la ley ontológica de lo Real participado. (Entre paréntesis, no veo más que esta forma de solucionar el problema del mal). Una creación instantánea (como la creación de un objeto aislado) me parece un absurdo filosófico.
Mal y omnipotencia divina
Teilhard no pone en duda la omnipotencia divina ni su libertad absoluta. Él evita cualquier precisión, [es] el determinismo radical que se le ha podido reprochar. El mal, bajo todas sus formas, es inevitable en el curso de una creación que se desarrolla en el Tiempo. Pero la acción creadora de Dios se ejerce en proporción a lo que nosotros percibimos de la evolución del Universo. El acontecimiento crístico de la Encarnación nos dice, una sóla vez, pero definitivamente, que este mal en apariencia inevitable, como la muerte que a él va ligada, no tiene la última palabra.
Si Teilhard puede decir que todavía aquí la solución liberadora nos es dada por la evolución, esto no es, evidentemente, que seamos liberados por la Evolución en sí, sino porque la fuerza liberadora de Dios creador –plenamente actuante en la resurrección de Cristo- no se manifiesta más que a medida que evoluciona el mundo y el universo. Al menos así es percibido desde el corazón y hasta en las sombras de la fe. Las últimas líneas de Cómo yo Creo, son significativas y no están escritas sin hacerse eco, de alguna manera, en la imagen de san Ireneo evocada más arriba: No, Dios no se esconde, estoy seguro, para que nosotros le busquemos –como igualmente no nos deja sufrir para aumentar nuestros méritos-. Bien al contrario, inclinado sobre la creación que asciende a Él, trabaja con todas sus fuerzas para santificarla e iluminarla. Como una madre Él vigila su recién nacido, pero mis ojos no saben todavía percibirlo. ¿No hace falta aún que pasen muchos siglos para que nuestra mirada se abra a la luz? Nuestras dudas, como nuestros males, son el precio y la condición, incluso, de un final universal. Acepto en estas condiciones caminar hasta el final por un camino en el que voy cada vez más seguro, hacia horizontes cada vez más y más difuminados en la niebla. Así es como yo creo.
En El Medio Místico, escribe estas sinceras líneas emocionantes, evocando, y además experimentando la experiencia espiritual y enfrentando a la consistencia del mal, la consistencia de Dios: La flor que tenía se ha marchitado entre mis manos… Un muro se ha levantado ante mí alrededor del paseo… La frontera ha aparecido entre los árboles del bosque que yo pensaba sin fin… Una llama de fuego ha consumido la hoja que albergaba mi pensamiento… La prueba ha llegado… Y yo no he estado nunca tan triste. ¿Por qué Señor? Pues porque en este fracaso de los soportes inmediatos que yo intentaba dar a mi vida, he experimentado de una forma única que no descansaré más que sobre vuestra propia consistencia.
4.- UN DEBATE TEOLÓGICO ABIERTO
Continuando la línea argumental de André Dupleix, es peligroso, en tan poco tiempo, tratar a fondo los aspectos que parecen problemáticos, desde un punto de vista teológico, en la expresión teilhardiana de la cuestión del mal. Me contentaré con hacer una lista de algunos puntos, haciendo notar que los dos principales amigos que fueron Henri de Lubac y Bruno de Solanges –defendiendo la totalidad de la orientación de la visión teilhardiana- no han tenido tiempo suficiente para hacer evolucionar coherentemente ciertos aspectos.
Una opinión de Bruno de Solanges puede aclararnos: “Cuando uno habla -como [el Padre Teilhard] pretende hacerlo…- ontología y metafísica, hay que guardar para las palabras el sentido que ellas tienen en esta disciplina. Dios sólo es el absoluto. Pero sin duda esta forma de expresarse nos debe inclinar a ver que su fallo es pasar –sin pasar del todo- desde el plano de la filosofía de la naturaleza, que es el suyo propio, al plano ontológico. Así pues, cuando yo leo al pie de la letra que Dios no puede crear de otro modo que por evolución, no puedo dejar de pensar en la ironía pascaliana, ‘¡hay que ser muy importante para juzgar sobre esto!’ Por el contrario, cuando afirma que el mal está ligado a la criatura como tal (si al menos no se limita aún a consideraciones estadísticas nacidas, ellas también, del espectáculo largamente contemplado, de la Evolución), él no hace más que retomar una tesis tradicional en teología”.
¿No habría que distinguir primeramente el ciclo muerte/vida que es aquel de la evolución y la inmortalidad en el que el hombre está destinado desde su creación? “Las ciencias nos enseñan lo que han sido y lo que son los fenómenos físicos. La teología da el sentido…”
ØUn primer punto concierne a la relación entre la creación y el origen del mal. No se puede, de hecho, hablar de mal fuera de lo humano. El mal no es necesario en la evolución, pero se inscribe en la terminación del hombre. El sentido de la evolución es que Dios crea lo real en génesis ((origen y desarrollo). La libertad de Dios se inserta, por el hombre, en la creación. El mal es una fractura. El pecado es una ruptura de la confianza, formulada en la acusación del otro, Dios o el otro, hombre y mujer.
ØUn segundo punto es el riesgo de confusión en dos planos: la humanidad entera y las entidades personales. Son las personas quienes dan sentido a la humanidad entera. ¿Se puede hablar de repercusiones del ‘fenómeno humano’ en las personas individuales –forma de determinismo- o al contrario? Pienso como santa Teresa de Lissieux: “toda alma que se eleva, eleva el mundo…”
ØEl tercer punto es una pregunta: ¿Se pueden tratar casi en un mismo plano sobre el sufrimiento o el dolor y el pecado? El sufrimiento no es el pecado. El sufrimiento es una consecuencia de la fractura del mal en lo creado. El dolor atañe a la sensación, el pecado atañe al espíritu y no se explica más que en la confrontación con Dios… Pero el pecado acentúa el dolor y el sufrimiento.
ØUn cuarto punto es la noción de persona en Dios y en el hombre. ¿No hay que distinguir aquí, primeramente multitud y pluralidad, a partir de datos y de consecuencias de la teología trinitaria?
ØUn último punto podría ser la relación entre el mal y el bien. ¿No podría considerarse primeramente el mal como un accidente del bien? Varios comentarios patrísticos van en este sentido. Atanasio de Alejandría precisa que “al comienzo el mal no existía” y que por Cristo “el mal ha muerto…”. “Por la resurrección de Cristo todo mal, que queda en apariencia, puede a partir de ahí en adelante, contribuir a un acrecentamiento del bien. Toda acción del Mal es una lucha contra él mismo, a imagen de la bestia mortalmente herida del Apocalipsis”. Juan Crisóstomo llegará a decir que “es porque Dios es bueno por lo que ha creado la Gehenna” Y, quince siglos más tarde, Jean Marie Vianney, el santo Cura de Ars, afirmará de sí mismo que “el infierno toma su fuente, en la bondad de Dios.
5.- EL PLAZO FINAL
El verdadero fin del mal, para Teilhard está ligado a la parusía. Para Dupleix, el tema del mal no puede plantearse ni comprenderse más que en perspectiva escatológica y con relación al propósito y a la voluntad de Dios Creador. Pienso en la oración del Padre Nuestro enteramente engarzada entre las dos en esta nueva relación de la tierra en el cielo –inmortalidad de las personas y despertar de la tierra en el seno de Dios- donde desaparecen, como en el estanque de fuego del libro del Apocalipsis (Ap. 20, 7-15), al mismo tiempo, la contingencia y los estragos del mal.
La Parusía
Teilhard no se adentra en descripción alguna de lo que debe ser el Término al que el Mundo llegará: Se tiene dificultad para representarse lo que podrá ser el fin del Mundo. Pero considera que la Parusía, en su sentido completo, no puede disociarse del papel decisivo de Cristo resucitado. Es así porque la presencia del Verbo encarnado lo penetra todo como un elemento universal, que se puede difícilmente imaginar un fin del Mundo sin que sea dominado por Cristo.
El Cristo resucitado está presente en todas las fases de la Historia y esta Historia es conducida, guiada, habitada -quedando a salvo toda libertad- y toda posibilidad de hacer otra elección que la de Cristo y Dios. La Resurrección, asegurando el final del Universo, ciertamente no suprime –ya en la existencia presente- ni la incertidumbre, ni la angustia, ni las dificultades.
Una lucha contra la adversidad y el mal está ya comprometida en la fase de la Historia que nos ha tocado vivir, no hará más que intensificarse, el papel de la Iglesia es determinante para abrir otras voces. Este texto de “La Matriz del Mundo y el Reino de Dios (Escritos del tiempo de la guerra) es ilustrativo:
La Parusía, ¿no es anunciada no es anunciada como una aurora que se elevará por encima de un estallido del error? … Mientras que ella se debate en una crisis moral cada vez más aguda y una atmósfera naturalista cada vez más irrespirable, la Iglesia, instruida por la experiencia de los siglos, podrá mostrar con orgullo a sus mejores hijos, ocupados en hacer avanzar, a un mismo tiempo, el dominio del mundo y el Reino de Dios.
El fracaso final
Pero se dará la posibilidad de un fracaso definitivo. Teilhard no oculta la posibilidad del Infierno, no descriptible para nosotros sin el riesgo de caer en lo absurdo y odioso. Este infierno, del que pide ser protegido –Que las llamas del infierno no me alcancen, Maestro, -ni a alguno de los que amo- debe ser considerado como lo contrario a la Beatificación, y un “polo opuesto a Dios”: i[En definitiva, el Infierno es una realidad “indirecta”, que debemos intensamente sentir, pero sin que bueno, ni posible percibirlo y en considerarlo enfrentado, -sino más bien como la consciencia de un alpinista que no cesa de [saber] que bajo él, hay un abismo en el que su empeño fundamental y su victoria son volverle la espalda, escribe en “Introducción a la Vida Cristiana” (En Como yo Creo). ]i
La Beatitud amorosa
No se pueden más que suponer las consecuencias de una elección que conduzca a la perdición; en los antípodas de una Multitud dominada y no destruida, estaría la Beatitud del Cielo, asegurada por la Resurrección: i[En lo opuesto de esta multitud espiritualizada estaría el ser abandonado, todo vivo, en la desorganización, presa del espíritu de la Multitud. Las criaturas infieles [ … ] sumisas, plenamente conscientes, con la pena de la Nada… Se debatirán en un esfuerzo impotente para disolverse en polvo. Y también entre éstos, la Unidad triunfará]i, escribe en “La lucha contra la Multitud”.
La salvación universal
Una duda puede plantearse ahora, según Dupleix: ¿si se queda fuera una multitud escapando definitivamente a la unidad, se debe aún –fuera del cuadro existencial y cósmico de la humanidad- hablar de mal? Y, en ese caso, no habría fin del mal. O bien, ¿existiría la hipótesis de una victoria final de Cristo bajo todas las derivas posibles, o la convicción de que nada, en modo alguno, podrá escapar al hecho de la Resurrección? Teilhard se separa totalmente de la tesis apocalíptica, siempre condenada por la Iglesia. Cree firmemente, explicándolo a su manera en la perspectiva de una salvación y cumplimiento universales.
¿Cómo será –siempre figuradamente- este cumplimiento? Tres textos importantes hacen una descripción en la que aparecen, complementariamente, todos los trazos luminosos de este Mundo nuevo y diferente, en el que el Amor asegurará la cohesión y la comunión. Dupleix cita ahora dos textos:
Escribe en 1918, en Mi Universo: “Et dunc erit finis”(entonces llegará el fin) Como una marea inmensa, el Ser habrá dominado el estremecimiento de los seres. En el seno de un Océano tranquilizado, pero en el que cada sabor tendrá conciencia de permanecer él mismo, la extraordinaria aventura del Mundo finalizará. El sueño de toda mística, el eterno pensamiento panteísta, habrán encontrado su plena y legítima satisfacción. “Erit in omnibus omnia Deus” (y Dios será todo en todos)…
Escribe en El Medio Divino que: Un día, nos dice el Evangelio, la tensión lentamente acumulada entre la Humanidad y Dios alcanzará los límites fijados por las posibilidades del Mundo… Y bajo la acción por fin liberada de las verdaderas afinidades del ser, arrastrados por una fuerza donde se manifestarán las potencias de cohesión propias del Universo, los átomos espirituales del Mundo vendrán a ocupar, en el Cristo o fuera de Cristo (pero siempre bajo la influencia de Cristo) el lugar de felicidad o de pesar, que la estructura viviente del Pleroma le asigne…
Conclusión
Concluyendo brevemente y, teniendo asumida la convicción, según la cual es bueno para el interior de lo humano que sean probadas continua y más dolorosamente, las esperas, las heridas del mal, citaré simplemente esta oración de Teilhard en El Medio Divino. Ella resume a la vez su realismo y su fe, y puede ayudarnos a guardar hasta en los momentos más difíciles, una profunda esperanza:
Cuando sobre mi cuerpo ( y más aún sobre mi espíritu) comience a aparecer el desgaste de la edad: cuando se mezcle en mí desde fuera o nazca en mí desde dentro el mal que disminuye o envilece; en el momento doloroso en el que yo tome, súbitamente, conciencia que estoy enfermo o envejezco; en ese momento último, sobre todo cuando yo sienta que me escapo de mí mismo, absolutamente pasivo, en manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado, en todas esas horas sombrías, concédeme Dios mío comprender que eres Tú… quien elimináis dolorosamente las fibras de mi ser para penetrar hasta la médula de mi sustancia, para atraerme a Tí.
Leandro Sequeiros y Manuel Medina Casado son colaboradores de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.